SOLVAY & CIE. (LIERES). HISTORIA Y ARQUITECTURA DE UNA EMPRESA BELGA EN ASTURIAS.

SOLVAY & CIA. (LIERES). HISTORIA Y ARQUITECTURA DE UNA EMPRESA BELGA EN ASTURIAS. LAS MINAS
COVADONGA ÁLVAREZ QUINTANA

INTRODUCCIÓN
En 1903 la compañía belga de industrias químicas Solvay y Cía. adquirió las minas de Lieres (Siero, Asturias) para alimentar los hornos de su fábrica de sosa proyectada en Torrelavega. La compra del coto hullero supuso la primera inversión de la firma belga (para entonces ya asentada en varios países de Europa y Estados Unidos) en España, según sus palabras “un país poco desarrollado” , e interesante como productor y consumidor de un producto vital para el desarrollo de la industria química moderna. La firma permaneció
como propietaria exclusiva de las minas de Siero hasta 1973, año en que vende a la sociedad limitada avilesina González y Díaz el 51 por ciento de sus acciones, al objeto de acceder a las subvenciones públicas que de otro modo, en cuanto empresa extranjera, se le denegaban.
De este periodo de setenta años tratamos aquí, prioritariamente, la etapa histórica (1903-1936), y de soslayo los años de la autarquía, en los que la empresa conoce la prosperidad que vivió en España el sector hullero.
Abordamos el estudio desde la perspectiva disciplinar de la historia de la arquitectura, sin desatender, como se apreciará en la primera parte, el enfoque histórico general, en especial sus aspectos productivos y sociales, inexcusables en el análisis de la arquitectura industrial. Precisamente es esta categoría específica de la arquitectura, la fabril, la que encuadra el tratamiento del tema, y dentro de ella la arquitectura minera, hasta el momento desconocedora en Asturias de un estudio similar, a pesar de haber sido la hulla uno de
los dos puntales de nuestra industrialización histórica y reciente. La lenta penetración en nuestra región de los trabajos especializados en la arquitectura industrial histórica explica que toda la arquitectura minera, y en concreto el interesantísimo conjunto de Lieres, permanezcan sin historiografiar. Su buen estado de conservación, la bien planificada organización del espacio productivo de superficie, la unidad y cuidada imagen estética de las construcciones industriales, producto de la labor de dos ingenieros belgas, Aquiles Patemottre e Hipólito Bonnardeaux, son tan sólo algunos de los argumentos con los que justificamos el valor que atribuimos a este conjunto minero.
La ausencia de trabajos previos, incluso a nivel nacional, centrados en el examen serio y argumentado de las formas de la arquitectura minera, nos ha llevado a enfrentamos de cero con los objetos de estudio, y a proponemos su tratamiento con dos objetivos: uno, el trazado de una metodología básica de análisis, que pueda servir como referente provisional a posteriores trabajos sobre similar materia; y dos, el estudio detallado de la organización del espacio de trabajo y la arquitectura propiamente dicha que implica todo estudio historiográfico a partir de tal tipo de materiales.
En esta colaboración, y a título de parte primera, nos limitamos, pues, al recinto industrial y construcciones de las minas de Solvay en Lieres, quedando para una segunda entrega el estudio de las construcciones sociales de la empresa, las dos cité ouvriére o barrios de productores de La Riega les Cabres (1905-10) y La Pedrera (1953-1958).

LA MINERÍA EN LIERES DURANTE LOS DOS ÚLTIMOS TERCIOS DEL SIGLO XIX. LA COMPAÑÍA “LA FRATERNIDAD” (1892-1903).
El término municipal de Siero, con excelentes condiciones físicas para el desarrollo agrícola y ganadero, asistirá a lo largo de los dos últimos tercios del siglo pasado al despegue industrial, centrado especialmente en la minería de la hulla. La industria tradicional de curtidos, anterior a la revolución maquinista, se perpetuará en este periodo, en el que surgen, precisamente en Lieres, dos modernas factorías transformadoras de la remolacha previamente introducida como cultivo en el concejo: la Azucarera de Lieres, S.A., fundada en 1899 y en funcionamiento desde 1901 hasta 1908, y la destilería de alcoholes, vinculada a la misma empresa y emplazada en sus inmediaciones, frente a la estación del ferrocarril de Económicos, determinante para su apertura. El mismo ingeniero Jerónimo Ibrán que diseñara el ferrocarril comercial del este de Asturias, sería el responsable de los planos de ambas industrias1, las cuales formaban parte del plan de la compañía ferroviaria de potenciar la industrialización a lo largo del recorrido, generando así tráficos de mercancías, mucho más rentables que los de pasajeros.
El origen del la minería contemporánea del carbón en Siero se remonta al último cuarto del siglo XVIII, datando las explotaciones más tempranas del decenio final del mismo. En los Diarios de Jovellanos quedan recogidos abundantes testimonios sobre la minería sierense más madrugadora, y lo que es más importante, al célebre ilustrado parecen corresponder las expectativas generadas en tomo a esta industria3. Sin embargo, prácticamente durante todo el primer tercio del Ochocientos se suspendería el laboreo minero, primero a causa de la guerra con los franceses, y después por el estancamiento económico supuesto por el reinado de Femando Vil. La actividad sólo se recuperará durante los primeros años del periodo isabelino, datando del decenio de 1840 varios registros de minas en las parroquias de Arenas y Valdesoto, que junto con la de Lieres concentraban las mejores explotaciones.
En cualquier caso, la primera actividad hullera en el concejo se adelanta sustancialmente a las otras industrias radicadas en el mismo antes de establecerse Solvay en 1903: en el foco industrial de Lugones Cerámicas Guisasola (Cayés, 1868), Fábrica de Pólvora Santa Bárbara (Lugones, 1880-1883), Fábrica de Explosivos (Cayés, 1895) y Fábrica de Metales (Lugones, 1896); y en Lieres la azucarera y alcoholera indicadas.
“La Fraternidad” las minas de Lieres que beneficiaba pasaron por dos épocas: una primera, entre junio de 1892 y diciembre de 1900, y la siguiente, entre enero de 1901 y noviembre 1902. Esta empresa, artífice de la primera explotación metódica, continuada y mínimamente tecnologizada de las minas de Lieres, fue dirigida en la primera fase por José Valdés Cavanilles (Villaviciosa, 1863), nieto o sobrino de José María Cavanilles, quién ya beneficiaba las minas en 1855. El matrimonio de un Valdés con una Cavanilles transferiría las concesiones hulleras al tronco familiar de los Valdés, hidalgos y grandes hacendados desde antiguo de la parroquia de Lieres y concejos de Sariego y Villaviciosa. Los negocios mineros de los Valdés son así un testi­monio del aburguesamiento de nuestra clase terrateniente, que en muy modesta proporción ingresó en las filas de la clase industrial asturiana. No debe olvidarse, sin embargo, que la transformación en este caso concreto se vio favorecida por la existencia de filones hulleros en el subsuelo de las propiedades de los Valdés Cavanilles. “Esta familia, deseando contribuir al mayor auge del pueblo que les vio nacer, pensaron en aflorar el carbón que se suponía existía en el subsuelo de alguna de sus propiedades, para lo cual y tras las pruebas afirmativas de las muestras del mineral que llevaron a analizar a Madrid, abrieron la primera galería en la Riega de las Cabras; bocamina que aún se conserva en las proximidades del pozo número 1.
Con unos treinta o treinta y cinco obreros, casi todos de Feleches (parroquia de Siero vecina de la de Lieres) y que ya habían trabajado en las minas de Candin, comenzaron los trabajos, de una manera rutinaria, con herramientas poco apropiadas, sin ningún género de maquinaria y sin dirección técnica de ninguna especie, de momento, extrayendo cantidades de carbón que hoy nos parecerían ridiculas. (...) Puede calcularse el consumo de carbón del pueblo, pensando que en todo Lieres sólo había tres cocinas económicas: la del palacio, la de don Cándido Vigil y la del Sr. Cura.
Además de los indicados, otro miembro de esta familia, Felipe Valdés y Menéndez, identificado como propietario y vecino de Gijón, figura entre los mayores accionistas del ferrocarril minero San Martín-Lieres-Gijón-Musel, sociedad anónima constituida en 1901, de la que Valdés detentaría el cargo de gerente. Mientras estuvo al frente de la sociedad, que no llegaría a rematar las obras del tendido ferroviario, se opuso rotundamente a ceder terrenos de su propiedad para el trazado del ramal minero de Solvay que enlazaba la mina con el apartadero de Rianes en Lieres, desde donde el carbón partía en los Económicos hasta la fábrica de sosa de Torrelavega, propiedad de Solvay.
En este primer periodo la sociedad minera La Fraternidad carecía de un técnico al frente de la explotación, fuera un facultativo o un ingeniero de minas, lo que testimonia la escasa inversión inicial. En la cabecera del organigrama de la empresa figura, detrás del director Valdés, un capataz, Sabino Zapico Zapico (Langreo, 1863), y seguidamente los operarios, naturales en su mayoría de Siero (parroquias de Lieres y Feleches), y en una discreta proporción, y al frente de tareas especializadas (capataz, entibador), originarios de la cuenca minera del Nalón, concretamente de Langreo (Ciaño y Turiellos). El resto de los puestos de producción se reparten entre transveralistas, ramperos, picadores, vagoneros, encargado de exterior y de noche, peones y lavanderas, las únicas mujeres de la plantilla. La juventud de los trabajadores queda en evidencia, al observar que menos de un 25 por ciento de los mismos son mayores de treinta años, contando la mayoría con edades inferiores, a partir de los doce años, lo que ilustra la presencia, tan común en la minería asturiana histórica, de niños o guajes, en La Fraternidad empleados como ramperos.

Se desconocen las circunstancias que llevan a la empresa a despedir a la plantilla a finales de 1900 y a abrir de nuevo la contratación el 2 de enero de 1901, fecha con la que comienza la segunda fase de la sociedad al frente de las minas de Lieres. Entonces se inscriben en bloque en el libro de registro de personal sesenta y un trabajadores, prosiguiendo desde entonces los ingresos más espaciados. Los puestos y categorías laborales son los mismos que los de la etapa precedente, incluidos los desempeñados por mujeres y niños. La novedad, no recogida en el libro de personal, la constituye la contratación de un facultativo de minas, Antonio Zapico, natural de Sama, quién ilustra nuevamente cómo las cuencas hulleras del Caudal y del Nalón suministran el personal especializado a las empresas mineras menores y de emplazamiento periférico.





SOLVAY & CIE. (LIERES). HISTORIA Y ARQUITECTURA DE UNA EMPRESA BELGA EN ASTURIAS. 
EL POBLADO (LA CITÉ OUVRIÈRE) DE CAMPIELLO1 INTRODUCCIÓN

Este texto ha sido extraído del Boletín de Estudios Asturianos nº 150 y su autora es la historiadora y profesora de la Universidad de Oviedo Dª Covadonga Álvarez Quintana. Es probablemente el estudio más exhaustivo de la mina y el poblado Solvay en Lieres.
 
En esta segunda parte del estudio sobre el patrimonio industrial de la em­presa Solvay en Lieres pretendemos documentar e interpretar críticamente el que consideramos, junto con Bustiello (Mieres, Sociedad Hullera Española), las joyas de nuestros poblados de empresa. Por colonia o poblado industrial entendemos una realidad urbana superior a la del mero barrio residencial, que incluye, además de viviendas para todo el escalafón de la plantilla, edificios de equipamientos sociales, por entonces con existencias contadas y casi siem­ pre producto de la iniciativa filantrópica o empresarial, en vez de las distintas administraciones.
Cierto es que en la geografía de la Asturias industrial, las cuencas mine­ras y el valle central, se contabilizan otros poblados de empresas históricas, tales como el de la Fábrica Nacional de Armas de Trubia, titular del privilegio de la mayor antigüedad (1794); el de Arnao (Castrillón), vinculado a la Real Compañía Asturiana; el desaparecido de Fábrica de Mieres o el poblado minero de Rioseco en Riosa. Entre todos ellos, sólo Bustiello y Rioseco han si­ do objeto de un tratamiento sinóptico, Cayés y Trubia de otros estudios más detenidos, y ahora el de Solvay en Lieres, de cuyo análisis valoramos los si­guientes argumentos de interés.
Primero, la cité ouvrière de Campiello, si bien no define una experiencia microurbana temprana (1905 c.o.-1910 f.o), comparativamente con la de Trubia, Amao o Fábrica de Mieres, al menos se conserva en perfecta integridad física, desconociendo, además, las continuas sustituciones de inmuebles que padeció Trubia o el derribo del conjunto siderúrgico de Mieres a comienzos de los años ochenta. Segundo, materializa un trasplante de diseñadores, construc­tores, materiales, tipologías residenciales y formas arquitectónicas procedentes de Bélgica, con lo que historiar el conjunto es como hacerlo en una cité ouv­rière del país flamenco. Se trata, pues, de un testimonio material rotundo y bien conservado de la penetración de capitales y técnicos europeos en nuestra industrialización histórica, si bien de una forma rezagada en Lieres, pues fue el segundo tercio del siglo pasado el que concentró la mayor inmigración de em­presarios franceses, belgas e ingleses a Asturias. Tercero, la unidad tipológica y la imagen homogénea del parque residencial, independientemente del puesto que ocupara el productor en el escalafón de la plantilla, se desconoce en otras colonias de empresa radicadas en Asturias, funcionando como un testigo del espíritu pragmático y democrático inspirado por el fundador de la firma indus­trial, Emest Solvay, figura mixta de filántropo, reformador social y padre de empresa, a sus industrias repartidas por el continente europeo y americano. Y cuarto, el atractivo visual de los inmuebles del poblado, de baja densidad de ocupación y por tanto de fácil integración en la parroquia rural de Lieres (Siero), se transforma en calidad ambiental por rodearse de un paisaje agrario apenas contaminado por la presencia aislada y discreta de la mina, lo que no ocurre con el resto de nuestras colonias industriales, inmersas en un medio al­ tamente degradado. Como el efecto de poblado de ilustración de cuento que despierta Bustiello debido a su emplazamiento y a la repetición de casitas pa­readas, en Lieres el ladrillo rojo de las fachadas (hoy oculto bajo una capa de pintura), la guardamalleta de los aleros, los postigos exteriores y la discreta al­tura (8,35 m.) del caserío, implantado en un entorno verde de suaves colinas, genera un cuadro idílico y entrañable, un espacio amable para habitar.
Por último, este trabajo, dividido en dos partes, pretende contribuir una vez más al estudio del patrimonio arquitectónico industrial de Asturias, inex­plicablemente abandonado a efectos historiográficos hasta hace apenas diez años. En una región que se situó en el tercer puesto de las más activas indus­trialmente en la España anterior a la guerra civil, no parece coherente margi­nar por parte de los historiadores del arte este fragmento de su patrimonio que, salvadas las distancias, bien podría compararse, en cuanto seña de identidad y vestigio material de un momento histórico pletòrico, con el arte paleolí­tico o el prerrománico asturiano.

I. ERNEST SOLVAY, UN EMPRESARIO MODELO
La expresión de paternalismo empresarial ha venido siendo utilizada en los últimos años con profusión y vanalidad, perdiendo su significado preciso, que aquí retomamos como punto de partida para el análisis de las prácticas so­ciales abordadas por la empresa belga Solvay en Lieres.
Según Bolle, el término paternalismo surge con un contenido peyorativo dentro del vocabulario de la lucha de clases de entreguerras, en alusión a las medidas sociales introducidas por los empresarios del siglo XIX entre sus productores. Así pues, durante la segunda mitad del Ochocientos en que se inicia la trayectoria industrial de la firma Solvay, este tipo de prácticas podrí­an interpretarse, al menos, dentro de dos, sino de tres, contextos. De una par­te el de la beneficencia, actitud tan extendida entre la emergente burguesía como un mecanism o más de acercamiento al estamento aristocrático del Antiguo Régimen. Se trata, no obstante, de una fórmula inveterada, en origen no específicamente orientada a la clase proletaria, a la que no obstante alcan­za desde su nacimiento, dada su incorporación al estamento de los deposeídos. En relación con la asociación de valores religiosos y clase trabajadora, pero dentro de una orientación en principio superadora de la beneficencia, se constituyó en Bélgica en 1867, casi en paralelo a la fundación de la primera fábrica de Solvay (Couillet, 1865), la Federación de Obreros Católicos, artífi­ce entre otros logros, y antes de disolver su identidad en los intereses patrona­les, del descanso dominical, la reducción de la jornada laboral, o el pago del salario en especies total o parcialmente, a gusto del trabajador.
De otra parte, el paternalismo emergente debe conocerse a la luz del so­cialismo utópico que despunta en las dos potencias industriales de Europa, Gran Bretaña y Francia, durante el segundo tercio del siglo pasado.
Concretamente en Bélgica, en cuya capital pese a acoger durante unos años a Marx, prenderán con fuerza las tesis saintsimonianas y fourieristas entre los reformadores sociales que, a diferencia de quienes interpretaron la revolución del 1848 como un fermento subversivo y peligroso, leyeron en ella un senti­miento
unánime de justicia y reforma social. No obstante, el proteccionismo de los primeros empresarios para con sus trabajadores discrepa del socialismo pionero en la categoría fundamental, la colectivización de los bienes de pro­ducción y servicios sociales (habitación, comedores, escuelas) entre cada co­munidad obrera. Pero pese a ello, la dotación de viviendas, enseñanza, cultu­ra y ocio que acompaña a las empresas modelo utópicas constituyeron una práctica aislada del proyecto global de la que se apropiaron los patronos
pa­ternalistas.
En cualquier caso, el paternalismo empresarial jugó a una doble moral. Aspiró a presentar sus logros como una actitud desinteresada, propia del fi­lántropo laico o del benefactor religioso; ocultando, en cambio, tras el bienes­tar del obrero la tranquilidad del empresario, tanto por efecto de la neutraliza­ción de las reivindicaciones laborales de sus trabajadores como por el incre­mento productivo a que tales medidas protectoras conducían.
Finalmente, una tercera posición ideológica generó conexiones con estas medidas proteccionistas de empresarios entre las que se insertan las de Ernest Solvay, principal responsable de la política social seguida en su grupo indus­trial, y específicamente en las minas de Lieres. Se trata del reformismo social, actitud moderada respecto al socialismo utópico y las posiciones de izquier­das radicales, que reivindicaban la abolición de la propiedad privada y del ca­pitalismo de empresa. Dentro del sistema liberal vigente, los reformadores proclamaban una mayor distribución de la riqueza y una atención prioritaria a las clases desposeídas, y en especial al proletariado industrial. Las tesis de Ernest Solvay, documentadas para la última década del siglo pasado, no pue­den entenderse sin esta referencia ideológica, que madura justo durante el úl­timo cuarto del Ochocientos, exactamente el período de despegue de su grupo industrial.
En la figura de Ernest Solvay convergen cuatro perfiles. El de inventor de un nuevo procedimiento de fabricación de la sosa, que lo inserta con justi­cia en todos los textos de química junto a Leblanc, el descubridor del método que acabaría desbancando. La fabricación de la sosa Solvay daría pie al em­porio industrial de la sociedad comanditaria belga, constituida en 1863 y an­tes de finalizar el siglo diseminadas sus filiales por Europa y Estados Unidos.
En segundo lugar, el hombre de empresa, asistido por su más firme colabora­dor, su hermano Alfred, con el que fundó la sociedad Solvay y la primera fá­brica de sosa en Couillet, Bélgica, en 1865. Igualmente, pasó Ernest Solvay a la historia como un filántropo de la ciencia. Desde la niñez, este químico au­todidacta sueña con una explicación del universo que marcará su futura tra­yectoria como inventor y prohombre de ciencia, responsable del patrocinio de los prestigiosos congresos internacionales de física y química, el primero de
ellos celebrado en 1911 y conocedor de la participación de Madame Curie y Albert Einstein, entre otros.Ya en 1895 había fundado Ernest Solvay dos ins­titutos de psicología, seis años después de constituir el intituto de sociología y, en 1903, la escuela de comercio, siempre en Bruselas.
Finalmente, en la biografía de Ernest Solvay figura el filántropo reforma­dor social o empresario paternalista, según se interprete su preocupación por mejorar el nivel de vida de sus productores y en general de la clase trabajado­ra. De su ideario se entresacan argumentos a favor del sufragio universal, la justicia social, la prosperidad de los desposeídos frente a los favorecidos, al objeto de evitar la “desigualdad que acaba en barbarie”. “Es preciso acercarse gradualmente (a las clases insolventes), pero sin pausa, porque la ley fatal del progreso lo quiere así, es la igualdad como punto de partida”. La abolición de la esclavitud -pensaba- no había sido completa; la desigualdad de origen es un “escándalo”, si bien poco a poco se atenuará hasta desaparecer cuando la humanidad alcance el final de su desarrollo. “La sociedad del futuro está con­
denada a la justicia bajo pena de muerte. Será el medio de defensa contra los mecanismos destructivos de una eficacia creciente”.
Aunque no era un hombre de intereses políticos, aceptó el mandato de se­nador para disponer de una tribuna desde la que exponer “lo que consideraba un deber”, sus preocupaciones sociales ante el “conformismo de los partidos políticos”. Asombró a los liberales con sus ideas, y espantó a los conservado­res con sus tesis sobre la urgencia de extender la seguridad social, o el deber de los empresarios, en defecto de los poderes públicos, de administrar alimen­tación, vestido, habitación, protección, enseñanza y ocio a sus trabajadores;
medidas todas de protección, que hermanan la postura de los empresarios his­tóricos con la actitud de los padres para con sus hijos, lo que explica, en suma, el término paternalismo. Coherente con ello, y tras un cuarto de siglo de ac­tuaciones sociales en sus empresas, Ernest Solvay promueve desde 1890 las
cooperativas de consumos, sociedades independientes dirigidas por emplea­dos y obreros; la empresa pone a disposición de los productores parcelas de huerto, herramientas de labor y estiércol con el fin de fomentar el ahorro en alimentación; organiza cursos de corte y confección encaminados al autoabastecimiento del vestido; administra préstamos para el acceso a viviendas, fórmula que convive y sucede a la construcción de las mismas por parte de la propia empresa; funda bibliotecas populares, colegios y guarderías, centros de
formación de adultos, escuelas de aprendices; arbitra bolsas de estudio para alumnos aventajados hijos de productores; zonas verdes y deportivas, teatros, cines, casinos, etcétera".
Todo ello se ha interpretado como una “concepción renovada del mundo del trabajo”, “una manera de ver, anticipadamente, los deberes del patrón”. Proféticamente también, con casi un adelanto de cincuenta años, por entrever y ejecutar las leyes sociales y las responsabilidades de un Estado moderno y progresista. Siempre según Bolle, en las empresas Solvay el supuesto patemalismo funcionó por defecto de los gobiernos, desapareciendo en el momento en que el Estado incorpora tales medidas sociales como propias
.
II. LOS SERVICIOS PRESTADOS POR LA EMPRESA SOLVAY AL PERSONAL DE LAS MINAS DE LIERES
El 18 de julio de 1957 el gobierno de Franco concedió a la firma Solvay, propietaria de varias industrias implantadas en España, el titulo de Empresa Ejemplar. Había sido solicitado por el comité de empresa de Lieres dos años atrás, y concedido en aquella edición a media docena de sociedades industria­les. El acta del premio subrayaba como valores de la empresa belga los “es­fuerzos desarrollados desde hace 50 años en el aspecto de obras sociales” (viviendas, escuelas, capillas, servicio médico, colonias escolares, casas de
reposo, economatos, centros recreativos, etcétera). Era el fruto de una labor proteccionista sostenida durante más de medio siglo, ahora reconocida por un régimen político especialmente proclive también a las prácticas paternalistas y populistas. En 1962, nuevamente fue distinguida la firma Solvay por el Instituto Nacional de Previsión, esta vez como Empresa Modelo en Seguridad Social.
A lo largo del primer tercio de siglo, en paralelo al desarrollo de las me­didas sociales por parte de las empresas más fuertes, Solvay había desempe­ñado un papel ejemplar en este sentido. Recién instalada la firma en Lieres, entre 1903 y 1910, se extiende entre los mineros de la cuenca central asturia­na su buena fama como patronal, en el sentido del buen trato humano, laboral y social concedido a su personal, que contaba con viviendas de la empresa, servicio médico, escuelas y círculo de recreo. En contrapartida, el ingreso en plantilla resultaba difícil, por la rigurosa selección de conducta y capacidad profesional a que se sometía a los aspirantes. Ello no impidió, sin embargo, que las huelgas de la minería vividas en este período tuvieran un seguimiento en Lieres, cierto es que menor, debido, de una parte, al relativo aislamiento fí­sico de estas minas respecto a las dos cuencas, y de otra, a haberse desenvuel­to las movilizaciones, al parecer, más por un sentimiento de solidaridad con los mineros en lucha que por reivindicaciones directas ante la firma Solvay. En cambio durante la etapa franquista, la empresa fue una balsa de aceite en este sentido, señal de que la suma de la política proteccionista de la empresa y la represiva del gobierno dictatorial había dado mejores resultados que el paternalismo patronal aislado ejercido hasta 1936.
Antes de la guerra civil, la iniciativa de las mejoras sociales para el per­sonal partía de la propia dirección, bien de la de las minas de Lieres, en con­sonancia con la política general seguida por el grupo Solvay, bien de la propia dirección general de la empresa. En cambio desde la posguerra, era el comité de empresa (en el fondo la propia empresa), quien iniciaba el proceso, trazan­do un proyecto que se enviaba a la delegación en España de Barcelona, donde se aprobaba o rechazaba, arbitrando en aquel caso los fondos necesarios.
El grueso de los servicios puestos a disposición de los trabajadores se materializaron en construcción en forma de intervenciones en el poblado de la empresa, razón por la que, tras este mero enunciado, serán analizadas con ma­yor detalle en los epígrafes correspondientes a la cité ouvriére de Campiello
(1905-1914) y al barrio de empleados de La Pedrera (1953-1962). La preocu­pación prioritaria de Solvay tras su asentamiento en Lieres fue la construcción de viviendas. Empezó fabricando las de obreros, los llamados cuarteles, tres grupos con un total de 108 viviendas, de las que algunas fueron ocupadas en
un principio por los empleados, hasta que al poco tiempo se inauguraron las seis casas destinadas expresamente a ellos, y algo más tarde las del cuartel de la guardia civil. Los servicios escolares y el círculo recreativo se instalaron en un principio en locales alquilados, trasladándose en torno a 1920 al grupo ter­
cero de cuarteles, donde ocuparon, respectivamente, tres casas, para pasar más tarde, ya en los años cincuenta, a inmuebles construidos a propósito en el nuevo barrio de La Pedrera.
Obreros y empleados contaron con parcelas de huerto unifamiliares que permitían autoabastecerse de una parte de los alimentos y compensar así los moderados salarios de la época, no mejores en Lieres que en otras minas astu­rianas. El barrio más antiguo de Campiello contó, desde que se inauguró el servicio eléctrico, con alumbrado público, y más tarde doméstico. Varias fuentes construidas en la zona de los cuarteles ofrecían un servicio cómodo en el abastecimiento de agua, si bien las casas de empleados, lo mismo que el recin­to industrial, dispusieron desde un principio de agua corriente y lavadero parti­cular, en tanto que las mujeres de los obreros debían lavar su ropa en los arroyos de la Riega de las Cabras (Campiello, Gato, Mirafonso), hasta que en 1958 Solvay y el Ayuntamiento de Siero construyeron el lavadero público de Gato.
La misma distinción jerárquica de servicios alcanzaba a los aseos. El vér­tice de la plantilla disponía de un cuarto de baño completo en sus viviendas, en tanto que los cuarteles, si bien contaban con un retrete por familia, éste se hallaba localizado fuera de las casas, en unas casetas de ladrillo emplazadas en el terreno verde que precedía a la calle de acceso y las fachadas de los cuar­teles. Con todo, esta proporción de aseos por hogares obreros o la fosa séptica que depuraba los residuos antes de canalizarlos al río Campiello, constituyen servicios desconocidos en otras empresas de gran tamaño radicadas en Asturias, donde las garitas de retretes eran compartidas por varios vecinos y el tratamiento de residuos se limitaba a la existencia de pozos negros. Una vez más, medidas higiénicas modernas y progresistas vigentes en Europa llegan a
nuestra región de manos de empresarios extranjeros.
La fundación por parte de Solvay de un par de escuelas para niños y ni­ñas, dotadas de comedor, se hizo acompañar desde un principio de un parvu­lario, por entonces prácticamente desconocido en Asturias. Además, desde almenos los primeros años treinta, entraron en funcionamiento las colonias es­colares de verano, que se mantendrían hasta la fusión en 1973 de Solvay con la sociedad limitada González y Diez. En un principio se trató de campamen­tos instalados en tiendas de campaña diseñadas en la oficina de dibujo de la mina (tiendas-dormitorio, tiendas-comedor), establecidas en fincas rústicas de Peñamayor (Infiesto, Asturias), Piedrafita y Valverdín (León). A las dos tandas, de niñas (julio) y niños (agosto), respectivamente, acompañaban, ade­más de los tutores, algunos obreros de la mina, que transportaban el agua y los víveres, encendían el fuego, instalaban las tiendas, etcétera. Por fin, a co­mienzos de los cincuenta, la empresa adquirió en El Lloreu, Lastres, lo que parece tratarse de una escuela mixta provista de viviendas de maestros. Allí acudían los niños a cuya salud beneficiaban los aires de mar, enviándose a Soto de Reinosa (Picos de Europa, Cantabria) a la colonia infantil de la fábri­ca de Sosa Solvay de Torrelavega, a aquellos menores que requirieran el clima seco y soleado de la montaña. En Lastres, con el paso de los años, fueron me­jorándose progresivamente los servicios del albergue, hasta contar con capi­lla, parque (presidido por el mismo busto de Emest Solvay que se conserva en la plaza de la mina) y piscina. Por su parte, también los productores adultos, convalecientes o delicados, podían solicitar veinte días de descanso en León, instalándose en una vivienda de campo propiedad de la empresa, sita en Mansilla de las Muías, o en la casa de reposo de Pola de Gordón, donde con­vivían con trabajadores de otras sociedades. Asimismo, tenían acceso al alber­gue de Cantabria (Soto de Reinosa), propiedad de Solvay Torrelavega. El ma­pa del ocio y la salud veraniega del personal se completaba con las estancias en la ciudad sindical de Perlora, en la que correspondían a Solvay, a razón del volumen de su plantilla, cuatro viviendas. Desde un principio, el proyecto educativo de la firma belga en Lieres in­cluyó también una escuela de formación profesional, radicada en el recinto in­dustrial, y desde la posguerra una academia donde se preparaba a los hijos de
productores para los exámenes de comercio y bachillerato elemental. Así mis­mo, la empresa dotaba a los hijos de productores más brillantes de becas para proseguir estudios de segunda enseñanza, superior o diplomaturas en carreras técnicas relacionados con la industria minera.
El ocio de los trabajadores, piedra angular, junto con la educación escolar y religiosa, del fomento de conductas pacíficas y acríticas por parte del empresariado histórico, no faltó tampoco en la mina de Solvay en Lieres. El cír­culo recreativo, integrado por café y cine, ocupó primero un local alquilado, trasladándose posteriormente al cuartel número tres, y desde 1954 al nuevo local edificado a propósito en La Pedrera. La instalación de un café de la em­presa pretendía evitar que el personal acudiera a las tabernas de los alrede­
dores, y sobre todo controlar su consumo de alcohol, junto con la visita a los prostíbulos considerados los principales enemigos del empresario, en cuanto que mermaban la capacidad productiva del obrero. Sin embargo fue el cine, pronto bautizado con el galicismo de Cinéma Solvay, el que triunfaría en la programción de tiempo libre de los productores.
Dentro de los servicios religiosos, la empresa nunca contó con capellán, como fue usual en otras industrias fuertes radicadas en Asturias (Fábrica de Armas de Trubia, Fábrica de Mieres, Sociedad Hullera Española), pero acaba­ría apropiándose de la ermita de Na Sa de la Salud, inicialmente radicada en las inmediaciones de la mina y el poblado, y tras su destrucción por el fuego rehecha en suelo de la colonia obrera y construida a expensas de la sociedad. Con todo, los dos barrios de productores creados por Solvay dependían de la
parroquia de Lieres, y a su templo acudían los trabajadores para cumplir con los servicios religiosos. No obstante, cuando en 1918 el cementerio parroquial inmediato a la iglesia saturó su capacidad, en buena medida por el incremen­ to de inhumaciones supuesto por la ampliación de plantilla de las minas, fue la propia empresa belga la que proyectaría su ampliación y costearía las obras, consistentes en añadir al camposanto primitivo una superficie más que el do­ble de la preexistente, incorporando el terreno de un viejo camino que impe­día su expansión, tras trazar otro nuevo.
Entre los primeros operarios que ocuparon las viviendas construidas por Solvay en Lieres dominó un tono pendenciero que asustó a la patronal, obli­gando a la presencia continuada del destacamento de la Guardia Civil de Carbayín. Más tarde, la propia empresa lograría su propia dotación de este cuerpo de seguridad, establecido en todas las zonas industriales del centro de la región. Construyó para él una casa cuartel conservada, vecina de las vivien­das de empleados.
También la asistencia médica a los productores se incorporó en Lieres desde la llegada de la sociedad belga. Para entonces buena parte de las empre­sas mineras y siderúrgicas de la cuenca central asturiana contaban con este servicio de botiquín, que más tarde, hacia la segunda década de este siglo, al­gunas transformarían en hospitalillo de empresa: Sociedad Duro con el Sanatorio Adaro, Fábrica de Mieres, Sociedad Hullera Española en Bustiello, o la misma Solvay en el barrio de Campiello, cuyo hospital funcionó como tal con cierta antelación respecto a sus homólogos citados.
Como el botiquín y luego hospitalillo, también para el servicio exclusivo de los obreros, que no de sus familias, Solvay había creado un comedor en la plaza de la mina, preocupándose también del transporte de los trabajadores, muy diseminados por las parroquias del contorno de Lieres. Desde los años veinte, la empresa instó al personal a utilizar la bicicleta en sus desplazamien­tos laborales, procurándole un primer aparcamiento cubierto, sustituido por el actualmente conservado, levantado en los años cuarenta como testimonio del arraigo de este medio de transporte hasta fechas bien recientes. No obstante, desde la posguerra, con la fuerte penetración de los vehículos de motor, utilizados por Solvay en Lieres desde los años veinte para portes de materia­les y mercancías, la empresa puso a disposición de los residentes más alejados de la mina camiones, los cuales, siguiendo dos o tres rutas prefijadas, los acer­caba al trabajo y a sus casas tras la jornada laboral. El servicio, no obstante, fue siempre deficitario y gravoso para la sociedad, razón por la que llegó a suspenderse para posteriormente, a costa de un recorte presupuestario en
con­ceptos sociales considerados menos necesarios, restablecerse.
Todas estas prestaciones sociales, incluido el economato, que pasaría en los años sesenta a adoptar el moderno modelo de autoservicio, o la revista de la empresa que entre 1955 y 1967 se entregaba gratuitamente a los trabajado­res el día de paga, alcanzaban a la totalidad de la plantilla. Sin embargo, las
más de ellas (vivienda, huertos, enseñanza, locales de ocio) favorecían de for­ma restrictiva al personal que residía en los poblados de la empresa, donde es­taban radicados los espacios de servicios indicados. No en vano el acceso a una vivienda de la sociedad constituía un filtro selectivo, que garantizaba en primer término el alto rendimiento laboral del productor, y en segundo la paz social en la mina y los barrios patronales, seria preocupación, desde un prin­cipio, para las primeras generaciones de industriales. De hecho, en el regla­
mento de Solvay, el primer punto que debía superar el aspirante a una vivien­da o al cambio de la misma era el de un comportamiento ejemplar en el traba­jo y en la vida privada. Como esta medida, y la que la precede en iguales tér­minos a la hora de seleccionar a un trabajador para su ingreso en plantilla, Solvay contaba con otros recursos para estimular la producción y el compor­tamiento modélico entre su personal. Es el caso de la visita anual, que en in­vierno giraban los directores generales de Solvay a Lieres. El acontecimiento,
que incluía además de un pase de revista a la mina un discurso a los producto­res instándoles al cumplimiento de su deber como trabajadores, se cerrraba con la concesion de premios, que actuaban de estímulo para los productores más jóvenes, a aquellos que cumplieran los veinticinco, treinta, treinta y cin­co y cuarenta y cinco años de servicio en la empresa.
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III. LA CITÉ OUVRIÉRE DE CAMPIELLO O DE LA RIEGA LES CABRES (1905-1910)
La toponimia tradicional de la parroquia de Lieres bautizó como Campiello a las contadas construcciones y fincas rústicas radicadas a la orilla del arroyo de tal nombre, que discurría a los pies de lo que luego sería la cité ouvrière de Solvay (fig. 1), y que constituye el tramo inferior del riachuelo Gato, a los pies de la plaza de la mina, y desde el principio de las explotacio­nes utilizado para usos industriales. El primer barrio de la empresa figura pues con este nombre, lo que no ocurre para fijar la localización de la plaza de las minas de Lieres. Ambos barrios, el obrero y el industrial, también se citan co­mo situados en el paraje conocido como Riega (de) les Cabres, en alusión al terreno pendiente de arroyantía, apto para el pasto de ese tipo de ganado, que forma el hemiciclo integrado por ambas instalaciones. En la base del mismo, a inferior cota, discurren dibujando también un arco los viales tradicionales (actual carretera, primitivamente camino, de Lieres a La Cruz) y los construi­dos por Solvay (ramal del ferrocarril minero a Rianes, carretera desde la ex­
plotación al poblado), además de los arroyos Gato y Campiello, que perfilan la base del hemiciclo.
Ambos conjuntos, barrio y mina (fig. 1), apenas distan un kilómetro de la carretera Oviedo-Santander y del núcleo de la parroquia de Lieres, asentada en sus inmediaciones. Esta localización, concretamente las inmediaciones del chalé del ingeniero director, situado en el kilómetro 161,2 de la carretera ge­neral entonces conocida como de Torrelavega a Oviedo, fue la inicialmente prevista y negociada por la firma belga para la instalación de su colonia obre­ra. Pero la negativa de los propietarios del suelo, los Valdés-Cavanilles, due­ños del palacio vecino conocido como de los Vigil, y que habían vendido las minas a Solvay en 1903, transfiriéndole igualmente la finca de la casa de di­rección, lo impidieron. La oposición de la familia terrateniente local nunca se­ría olvidada en la empresa, lo mismo que los obstáculos que interfirieron en el
trazado del ferrocarril de Solvay por terrenos de la misma titularidad. En los años del desarrollismo, cuando se siente con mayor apremio la falta de vi­viendas sociales en Lieres, levantándose un grupo contado de ellas por inicia­tiva privada en el núcleo de la parroquia, la empresa se quejará de nuevo de que aquella oposición de los Valdés impidiera que el poblado de Solvay estu­viera incluido en el núcleo urbano de la parroquia orillado a la carretera, aho­ra en crecimiento, lo que habría beneficiado a la población de Lieres, otorgán­
dole mayor entidad.
Así pues, los únicos edificios vinculados con Solvay de una forma u otra, radicados fuera de la cité ouvrière más antigua de Campiello y de la moderna de La Pedrera, fueron la casa del director de la mina, el cementerio parroquial, a cuya ampliación contribuyó sustancialmente la empresa, y la escuela de La
Acebal, levantada en los años del desarrollismo sobre un solar pagado por los belgas.
“Como las aspiraciones de Solvay eran de explotar al máximun el mi­neral del grupo, porque las necesidades de Torrelavega aumentaban sin cesar y como la mano de obra escaseaba por no disponer de aloja­mientos para la gente que deseaba venir a trabajar, fue preciso pensar en llevar a cabo rápidamente la construcción de viviendas con el fin de darles albergue y asegurar la permanencia de los mineros”. La cité ouvrière, o la cité a secas, como figura en los documentos de la empresa el poblado de Campiello o de la Riega les Cabres, tomó asiento sobre una parcela adquirida al marqués de Santa Cruz de Marcenado a un precio de250 pesetas el día de bueyes (1,2 has.), emplazada a la margen derecha de la carretera -entonces camino (chemin, como figura en los planos)- que desde la parroquia de Lieres conduce al pueblo de La Cruz. Aunque el terreno no era llano, como el pretendido a orillas de la carretera general Oviedo-Santander,
sino pendiente y de difícil acceso y acondicionamiento urbanístico, y a pesar del aislamiento en que dejaba a la casa del director, contaba con el interés de hallarse cercano, exactamamente frente al lugar de las explotaciones mineras (fig. 1), con las que formaba el hemiciclo antes mencionado. El ideal de pro­ximidad física entre alojamiento obrero y establecimiento industrial persegui­do por el empresariado histórico se cumplía al pie de la letra en Solvay, y si bien se hallaba ausente la morada del director que controlaba real y simbóli­camente el conjunto las veinticuatro horas del día, otra vivienda de directivo, el segundo en categoría o ingeniero de producción, se hallaba radicada en la cité.
La parcela elegida dibujaba una figura de estrella irregular de tres puntas (fig. 2), cuyo eje mayor discurría con orientación norte sur, aprovechada a la hora de construir las viviendas de modo que recibieran por dos fachadas, res­pectivamente, el sol de naciente y poniente, considerados los más beneficio­ sos a efectos higiénicos. También el eje mayor de la estrella, que vertebraba los brazos norte y sur, discurría con una pendiente que se repetía en el sentido inverso, de oeste (cresta de la ladera) a este (base del hemiciclo que formaban el poblado y la mina, constituido por una vega de labor surcada por los arro­yos Gato y Campiello).
Así pues el emplazamiento alto y soleado, dada su orientación meridio­ nal, de la ladera destinada a cité sumaba nuevas ventajas al lugar definitivo de la misma. Sin embargo, el estado de los terrenos hasta entonces rústicos, ocu­pados por abertales, castaños y riegas, sin apenas pradera ni labrantío, lo mis­
mo que la pendiente de los mismos, dificultó notablemente las obras de pre­paración (limpieza y desmontes para las terrazas de asiento de las viviendas y las cajas de las calles) y construcción de la colonia, ya que no pudieron utili­zarse dentro del polígono carros para el transporte de materiales de construc­ción, sino únicamente hombres y caballerías.
En la proyección de la colonia Solvay, como también se la conoce, se im­puso la planificación racional invertida en los poblados dirigidos de las em­presas europeas históricas, desconocida en Asturias hasta la experiencia del poblado de Bustiello en Mieres, comenzado por la Sociedad Hullera Española de los marqueses de Comillas (1890-1925), a imagen fiel de la ciudad indus­trial de Mulhouse, en la Alsacia francesa, en desarrollo desde los años del II Imperio francés, cuyo conocimiento llegó a la empresa minera radicada en Asturias a través de publicaciones sobre la Société Mulhousienne des Cités Ouvrières de la Exposición Universal de París de 1867. El orden espacial im­perante en la cité de Solvay, la rigurosa zonificación de áreas por funciones y la homogeneidad de los tipos constructivos, cuya flexibilidad permite adap­tarlos con escasas variantes a unos y otros usos, se ignoran en los más intere­santes poblados industriales de Asturias, excluido el de Bustiello. Es el caso del desaparecido de Fábrica de Mieres, del de Trubia, singularmente disperso en varios barrios, o del de Arnao, otro interesente conjunto de nuestro
poblamiento industrial. Sin alcanzar la condición de poblados, por carecer de servi­cios y equipamientos sociales complementarios, tampoco los barrios menores de empresa, innumerables en la Asturias central, conocieron este ordenamien­to escrupuloso que en Solvay, excepcionalmente, se combina con un entorno rural idílico, sin apenas más degradación industrial que la de la mina vecina, oculta tras arbolado, deviniendo en un poblado obrero de gran calidad am­biental, lo contrario de sus homológos citados, y en definitiva en un tesoro de nuestro patrimonio industrial, como trasplantado desde Bélgica a las minas de la cuenca central asturiana.
Al primer ingeniero director de Solvay en Lieres, el también belga Aquiles Paternottre, atribuimos el diseño de la cité ouvrière (fig. 2). De los tres brazos de la estrella irregular que dibuja la finca, el sur, por el que tenía acceso la colonia, fue ideado por el técnico y delegado de la empresa en Lieres, además de como puerta de la misma, como barrio de empleados. Junto a las ocho casas de mandos construidas, sólo un edificio de servicios tomó asiento en este feudo de empleados (employés). Se trata del hospitalillo, cuyo emplazamiento al borde del área coincide con el tradicional aislamiento de los servicios sanitarios respecto a los núcleos de población. También en este bra­zo de la estrella se radicaron, independientes del terreno inmediato de las vi­viendas, destinado ajardines familiares, los huertos de los empleados, a veces en número superior a uno por productor.
En cambio el brazo norte de la estrella constituyó la cité ouvriére propia­mente dicha (fig. 2), pues en ella tomaron asiento los tres cuarteles destinados a obreros y sólo transitoria o excepcionalmente asignados a empleados. Los tres grupos gemelos de viviendas obreras con planta longitudinal y volumen en tableta, se distribuyeron sobre dos aterrazamientos practicados en la lade­ra, siguiendo el modelo de asentamiento común a los cuarteles mineros de la cuenca central asturiana. En la plataforma superior se levantaron dos grupos de habitaciones (bloques n° 1 y 2), uno a continuación de otro, precedidos de una calle de acceso y una franja de terreno verde en ligero desnivel, en la que se edificaron las casetas de retretes, distribuidas con riguroso orden de alinea­ción, rasante y orientación. Tras ambos grupos, otra calle de servicio se había
comido a la ladera para dar acceso a los tendales y carboneras. El tercer blo­que (grupo n° 3) se asentó sobre una terraza de inferior nivel, elevada sobre la carretera Lieres-La Cruz. Contaba con los mismos viales y servicios que los anteriores cuarteles y se había erigido justo bajo el grupo n° 1, pero carecía de pareja, dando pie a pensar que a su continuación, donde en los años cuarenta se levantó la nueva capilla de la Virgen de la Salud, pudo haberse previsto en un principio levantar un nuevo bloque, finalmente malogrado, que daría si­metría al conjunto. En 1930, detrás del cuartel n° 2, y en la franja de verde que se anteponía a éste y al n° 1, se cultivaban ya por entonces algunos huertos fa­miliares aislados. No obstante, lo mismo que existió un barrio de empleados y otro de obreros y servicios, pues el grupo n° 3 acogió muchos años los locales de las escuelas y el cine, la Colonia Solvay contó con un área no edificada ni urbanizada, destinada expresamente a huertos de los productores residentes en el poblado. Era el brazo oeste de la estrella, equidistante respecto a los otros dos (fig. 2).
Una red viaria integrada por cuatro calles daba acceso a los distintos pun­tos de la cité (fig. 2). Una avenida o arteria principal y más ancha atravesaba con sentido norte-sur el barrio de empleados, desde el hospital o puerta del poblado, hasta la calle curva, en arco de medio punto, que unía las vías para­lelas a los pies de los grupos de cuarteles. La calle inferior de éstos contaba prácticamente con la misma rasante que la que llegaba de las casas de man­dos, en tanto que la de los bloques 1 y 2 fue trazada a una cota superior, la misma de la terraza sobre la que tomó asiento. Estas tres calles con forma de tenedor de dos dientes recibieron dos bocacalles o vías transversales de infe­rior recorrido: una curva y ascendente (la que une los dientes del cubierto), y otra recta, igualmente en pendiente, pero peatonal y escalonada, que comuni­caba el cuartel del primer piso con la pareja del segundo.
Como en todo plano urbano, el trazado vial del poblado de Solvay pre­senta manzanas o islas edificables contenidas entre tres o más calles. En el barrio de empleados, lo mismo que en el de obreros, y a diferencia de lo que acontecía en la trama urbana de los núcleos de población mayores, cada edi­ficio formaba una manzana abierta (fig. 2), esto es, integrada por un único inmueble o más de uno, exentos por sus cuatro fachadas, y rodeados de via­les y espacios verdes. Esta forma de poblamiento u ocupación del espacio
propia del hábitat rural disperso (el imperante en la Asturias no montaño­sa), fue prácticamente ignorada por la ciudad decimonónica, y antes por la ciudad moderna y medieval, donde ya imperaba la edificación adosada y al borde de la calle, si bien un huerto zaguero mejoraba las condiciones de vi­da del vecindario urbano. Sólo los barrios residenciales burgueses del Ochocientos se beneficiaron de la construcción abierta y de la manzana con jardines familiares, y, en el otro extremo de la escala social, algunas colo­nias obreras implantadas fuera de los núcleos urbanos, allí donde el terreno gozaba de un valor inferior. Estos modelos de ocupación, característicos por sus bajas densidades, se extendieron por toda Europa, incluida España y
nuestra región.
En Lieres, cada cuartel de obreros definía una manzana, y cada bloque un edificio de planta abierta, lo que de otro modo era común a las viviendas cuar­teladas de las empresas mineras o siderúrgicas de Asturias. En cambio en el barrio de empleados, únicamente la casa-cuartel de la Guardia Civil y el hos­pital, ambos con sus jardines, contaron con la independencia total al constituir manzanas. En sus inmediaciones, los dos bloques de casas de mandos, res­pectivamente dos y cuatro viviendas adosadas con jardín y huerto, definían
otra manzana.
Cuando en los años cincuenta y sesenta se clame desde la revista de empresa La Mina por viviendas sociales de iniciativa pública que resuelvan el déficit que vive la parroquia de Lieres, se reivindicará al unísono un pla­no de población para el núcleo urbano de la carretera general, que guíe el crecimiento caótico y espontáneo generado por la iniciativa privada. Sin duda la ejemplar planificación de la cité de Solvay había creado un prece­dente de sensibilidad hacia los procesos de ocupación del espacio que nin­guna otra empresa asturiana había sido capaz de generar antes de la guerra civil.

III. 1 Las viviendas
Pese a los proyectos de Ley, de poco fruto, dictados desde 1876, práctica­ mente la legislación española no contempló incentivos para la promoción pú­blica de viviendas sociales hasta la ley de Casas Baratas, nacida con grandes deficiencias en 1911, lo que motivó posteriores rectificaciones hasta su dero­gación con la llegada del régimen de Franco. Tampoco nuestro corpus legisla­tivo conoce medidas que obliguen a los empresarios de plantillas numerosas a construir viviendas para sus productores antes de la fecha de la contienda ci­vil, que pone fin a nuestra industrialización histórica. Por tanto, dentro del acuciante problema de alojamiento sentido entre el proletariado, la institución patronal, pese a su escasa participación y labor interesada en la construcción de viviendas para los trabajadores de la empresa, supuso el agente más activo
en este terreno, por encima de las iniciativas filantrópicas de las sociedades de beneficencia, en Asturias desconocidas, o de la promoción privada, práctica­ mente inexistente por el escaso margen de beneficio que dejaban tales construcciones.
De modo que los empresarios actuaron en este campo voluntariamente, pero condicionados por determinadas circunstancias que se mencionarán; también selectivamente, pues consideraron prioritaria la cobertura de aloja­mientos para todos los empleados, y no así para la masa productora; interesa­damente, ya que la dotación de viviendas entrañaba beneficios varios para el patrón, tales como la fijación, el control de vida y la dependencia o sumisión del obrero alojado; y , finalmente, sin pérdidas en la inversión efectuada en vi­viendas, pues éstas, cedidas en régimen de alquiler, se amortizaban no tardan­do por medio de las rentas seguras que se descontaban al trabajador de su sa­lario.
Al no existir leyes que impusieran este servicio a los empresarios, no puede verse la construcción de alojamientos de empresa como un impuesto indirecto que algunas sociedades pagaban a una Administración que los mi­maba desde el punto de vista tributario. No obstante, había circunstancias que imponían como obligatoria la dotación de viviendas por parte de una empresa. Es el caso, como de Solvay, de las industrias asentadas en el medio rural, cuando su plantilla superaba los cien empleos y el caserío de las parroquias
del entorno no podía absorber, tras realquilados y subdivisiones de viviendas, al personal que llegaba de fuera del témimo. El problema se agudizaba cuan­do la empresa desencadenaba una inmigración masiva de obreros desde pun­tos alejados de la región o fuera de ella, lo que en Asturias no se conoció en su
verdadera dimensión hasta la creación de ENSIDESA en Avilés.
Los criterios seguidos por Solvay para la concesión de viviendas de la empresa no debieron variar mucho en un principio de los conocidos, los vi­gentes para 196131. Si bien a comienzos de la trayectoria de la empresa ex­tranjera en Lieres se dio prioridad a los obreros procedentes de fuera del tér­mino muncipal y del vecino de Nava, al objeto de atraer mano de obra exte­rior, pues la local era insuficiente, también es cierto que ya entonces se pedía acreditación de buena conducta, primera condición que debía salvar el aspi­rante de los años de la autarquía y el desarrollismo, seguida de la antigüedad en la empresa, la situación familiar, la distancia de casa al trabajo o la fecha de solicitud de habitación. La anteposición del punto alusivo al domicilio de pro­cedencia frente al correspondiente a la buena conducta seguido por Solvay desde que en 1907 se inaugurara el cuartel n° 1 de viviendas, influyó en la conflictividad vecinal que enturbió en un principio la paz de la cité, y que mo­tivó la visita constante de guardias civiles de Carbayín, precursora de la fija­ción en Lieres de un destacamento.
“Poco a poco se fueron inaugurando los restantes grupos de viviendas y éstas se fueron llenando con gente de fuera, que no parecía sino que se habían dado cita aquí lo mejor de cada casa, pues hubo una larga
temporada en que por la brutalidad y espíritu levantisco de los reciénllegados, casi todos los días había pendencias, líos, disputas y quere­llas que frecuentemente terminaban a palos, navajazos y hasta algún
que otro tiro de pistola ... comenzaban a reñir las mujeres, intervení­an los hombres, salían a relucir las armas y ya venían los descalabramientos.”
En Solvay, como ocurría en todas las viviendas de empresa, las casas de­bían de ser abandonadas por los productores en caso de jubilación o falleci­miento. De tal medida, de evidente dureza, quedaban liberados los empleados, que además de disponer de vivienda, suministro de agua y luz gratuitos, sus viudas podían permanecer en las casas hasta que lo estimaran oportuno. Prueba de estos privilegios del grupo de mandos se detecta en el plano de la cité datado hacia 1930 (fig. 2), en el que figuran dos huertos adjudicados y
ro­tulados con los nombres subrayados (signo de empleados) de dos mujeres, Faustina Solís y María Fano.
Como se indicó también, y según medida común a todas las industrias que construyeron alojamientos, todos los empleados contaban con derecho a vivienda, lo que no ocurría con los obreros, que en Solvay Lieres, una vez traspasado el centenar inicial de plantilla, y especialmente al alcanzar la cifra de seiscientos productores en la posguerra, apenas una cuarta parte de los mis­mos fue alojado por la empresa. Este incremento sustancial del personal, uni­do a la inhibición de la iniciativa pública en la construcción de viviendas so­ciales, discriminatoria con Lieres, pese a su realidad industrial, respecto a Pola de Siero, Noreña o El Berrón, obligaría a Solvay a subdividir los cuarte­les de Campiello y a edificar de nueva planta casas para cuadros en La Pedrera. La prioridad concedida al alojamiento de empleados testimonia el mimo de la patronal respecto a este grupo de productores, cuya cualificación, escaso número y por tanto difícil sustitución imponían un trato especial en materia de prestaciones sociales respecto a la base de la plantilla.
Dentro del ámbito de las tipologías residenciales utilizadas en el barrio de Campiello se observa un resultado atípico respecto a las empresas históri­cas asturianas que dotaron de alojamientos a las distintas categorías del esca­lafón de la plantilla. Comparando el parque de viviendas de Lieres con las de Trubia, Fábrica de Mieres, Hullera Española, Hullera de Trurón o Real Compañía de Arnao, en la parroquia de Siero se observa una reducción del ca­serío a dos tipos básicos. Uno es la vivienda unifamiliar o chalé rodeado de
jardín, reproducido una sola vez como vivienda del director de la empresa, emplazada, por motivos que se explicarán, fuera de la cité de la Riega les Cabres. La otra, es la vivienda unifamiliar de más de una planta, adosada a otras, formando una casa de viviendas gemelas o pareadas (residencia del mé­dico y del ingeniero de producción en Solvay), triple (casa cuartel de la Guardia Civil), cuádruple (residencia de empleados) o de un número mayor de unidades (caso de los tres grupos de cuarteles, provistos cada uno de una secuencia de dieciocho casas). La superficies de la planta, la triple altura des­de el suelo, el piso último abuhardillado, la distribución de los pisos, los ma­teriales de construcción y el diseño de detalle de las fachadas son muy simila­res. Ello confiere al conjunto residencial de la Riega les Cabres, indistinta­mente de la categoría profesional del inquilino, una homogeneidad desconoci­da en el resto de los poblados de empresa abordados en Asturias durante la in­dustrialización histórica.
Este resultado puede interpretarse como un espíritu democrático de la empresa, si no fuera porque otras medidas, ya aludidas, privilegian al grupo de empleados respecto al de los obreros. Asimismo, la unidad tipológica del caserío, obliga, dada su condición de vivienda adosada de más de una planta, a explorar la tradicción europea de la casa unifamiliar entre medianeras, tema urbano que se rastrea desde el burgo medieval, se consolida en la ciudad mo­derna (incluso en Asturias) y decae en la trama urbana de los ensanches deci­monónicos españoles, donde es sustituida por el nuevo inmueble de pisos, donde la verticalidad de la propiedad y el inquilinato es relevada por vivien­das que comparten una misma planta. Sin embargo, en países como Gran Bretaña y en buena parte de Centro Europa, especialmente en los núcleos
mediano y pequeño tamaño, se mantiene a lo largo del siglo pasado este mo­delo de vivienda unifamiliar adosada de menor densidad e inferior intención especulativa que el supuesto por la casa de vecindad.

III. 1a El chalé del director (P. y c.o. 1904-F.o. 1905)
Aquiles (Achille) Paternottre había sido contratado por Solvay en 1903 para dirigir las recién compradas minas de Lieres y actuar como representan­te de la firma por al menos tres razones: primera, su origen belga; segunda, la titulación de ingeniero obtenida en aquel país; tercero, el buen dominio del castellano, consecuencia de los varios años que llevaba ejerciendo en España; y cuarto, por su experiencia en el mismo sector productivo, pues a Lieres lle­gará tras presentar baja como director de las minas de Riosa, propiedad de Inocencio Figaredo34. Tras tomar posesión de su cargo en Solvay, se verá obligado a vivir con su esposa, una lenense de nombre Joaquina Reguera, e hijos en pensiones, hasta ocupar la casa de dirección de la empresa, una vez concluida en 1905 su construcción. La localización de la vivienda a la margen
derecha de la carretera Torrelavega-Oviedo, a la altura del entonces kilómetro 161,2, y su distancia de casi un kilómetro de la cité ouvriére de Campiello y de las propias minas, parece explicarse por la venta de la parcela formando lo­te con las concesiones mineras hasta entonces propiedad de los Valdés. Proyectaban éstos construir en este punto la casa de dirección, lo que trasmi­tirían a Solvay, que seguiría su ejemplo con la esperanza de adquirir los terre­nos anexos, propiedad de la misma familia, para edificar en ellos la colonia de la empresa, lo que finalmente no se llevaría a cabo por la negativa de los titu­lares, debiendo la firma belga comprar a los marqueses de Santa Cruz la par­cela de Campiello, frente a las minas.
De la vivienda de Paternottre, la única unifamiliar de toda la empresa, se conservan dos proyectos. Uno firmado en 1904 por Nicolás Casielles, cuyo presupuesto ascendía a 30.620 pesetas; y otro supuestamente posterior, atri­buido al director de las minas de Lieres, muy parecido al de Casilles, pero con rectificaciones. Hasta septiembre de 1904 Obras Públicas no expidió la auto­rización para construir la casa, tal y como correspondía a una edificación al borde de una carretera de primera categoría. Pero ya antes se habían iniciado los trabajos que debieron desarrollarse con celeridad, hasta su conclusión en 1905, según indica la fecha de los recibos de la verja de la finca y los antepe­chos de los balcones, extendidos en aquel otoño por la Fábrica La Amistad de Oviedo. Había decorado la casa durante la primavera Víctor Fernández,
res­ponsable de la animación con “adornos de buen gusto (y) sencillamente” las piezas principales de la casa: depacho, comedor, vestíbulo y galerías. El vera­no anterior, cuando ya las obras estaban en curso, interviene Manuel Cabeza como responsable de la carpintería de taller y de armar.
El pliego de condiciones facultativas que acompaña al presupuesto y los planos de Casielles informan de los materiales empleados en la fábrica, los cuales aportan otra singularidad a esta vivienda en relación al resto del caserío de Solvay, al prescindir del ladrillo y recurrir al aparejo tradicional asturiano de manipostería ordinaria en muros de carga, reforzada con sillares en las es­quinas. El material pétreo en que se ejecutaron los paramentos de esta obra concluida en 1905 prueban, de otro modo, que las cuadrillas de tejeros belgas
que Solvay trajo para fabricar el conjunto industrial de Lieres, no se estable­ cerían aquí antes de tal año, lo que por otra parte también confirma la fecha de 1907 en que se concluye el primer cuartel de Campiello.
Según el pliego de condiciones, la sillería caliza debía proceder del Naranco o de una cantera más próxima, siempre que fuera de calidad análoga. Para la manipostería se dejaba libertad entre caliza o arenisca, fijando en cam­bio el tamaño de los mampuestos en 35 cm. a tizón, 25 a soga y 15 de altura. Finalmente, la cal debía proceder directamente del horno y apagarse a pie de obra.
La casa, de planta oblonga y cubierta a dos aguas, contaba con el mismo número de pisos y función encomendada a cada uno propios de la casa autóc­tona asturiana consumida por las clases mesocráticas desde mediados del si­glo XIX. El sótano, además de para aislar la vivienda del suelo, funcionó co­mo planta de servicio, disponiéndose en ésta de Lieres la cuadra y la cochera del vehículo que llevaba a diario a Paternottre a la mina, además del depósito de agua y la carbonera. Por su parte el piso terreno contaba con las funciones públicas de recibo (despacho, salón) y reunión familiar (comedor y cocina), albergadas en cuatro piezas que ocupaban las esquinas, comunicadas por un pasillo central precedido del vestíbulo. Más arriba estaba la planta privada y de noche con los dormitorios y el cuarto de baño, y en la buhardilla, espacio de desahogo, dormitorio de servidumbre y alcoba auxiliar.
La que fuera residencia de Paternottre hasta que entre 1925 o 1926 se ju­ bilara, y tras él del resto de los directores de las minas de Solvay (Hipólito Bonnardeaux, Joaquín Vega de Seoane, etcétera), se conserva hoy muy refor­mada. La empresa revistió su fachada de plaqueta de ladrillo rojo a cara vista para conferirle unidad con el resto del caserío de la misma titularidad, reser­vando únicamente los marcos y claves de los arcos que coronan los vanos, confeccionados en caliza. En los años del desarrollismo se retejó en pizarra y
se le añadió por el sur un cuerpo de doble altura. Prácticamente de su imagen original conserva la volumetría, los perfiles de los vanos, los herrajes de la verja y balconcillos y el arbolado añoso del jardín, poblado de especies de adorno foráneas (cedro, abetos, juníperos), que mejoran el porte del conjunto,
si bien el valor arquitectónico de la edificación es escaso, debido a la conta­minación supuesta por las reformas, la falta de estilo y el diseño anónimo.

III.lb Casas de empleados (1908-10)
Aparte de algunas viviendas de los cuarteles obreros cedidas a emplea­dos, en el poblado de Campiello se edificaron expresamente para mandos un total de cinco casas, a las que hay que añadir otras tres para casa-cuartel de la Guardia Civil; todas emplazadas en el área de entrada a la colonia, por la pro­pia condición profesional del vecindario denominada barrio de empleados.
Por una u otra vía, se han documentado los siguientes cargos en el tramo superior del escalafón de la plantilla de las minas de Solvay en Lieres con an­terioridad a la guerra civil: un ingeniero de producción, el segundo en el esca­lafón después del ingeniero director; hacia 1930 detentaba este puesto un titu­lado belga, un tal Pablo Charlier, que ocupaba una de las casas pareadas del barrio indicado (fig. 2)36; el médico de la empresa, cuando tras la contratación de los servicios aislados de médicos locales, aquélla optó por crear una plaza fija el primer facultativo titular de la misma fue Mario Escalera, siguiéndole Adriano Silva37, que ocupaba la vivienda anexa a la del ingeniero de produc­ción y subdirector de las minas; un secretario, un pagador, un delineante y su ayudante, administrativos, un maquinista de extracción, un maquinista de la locomotora del ferrocarril de la empresa, capataces, etcétera. En total el nú­mero de empleados rondaría la veintena, lo que obligaría a los tramos inferio­res del escalafón a ocupar las viviendas de los cuarteles obreros, divididas en dos tipos, reducida y amplia, siendo este último el asignado a los productores cualificados.
Como las primeras viviendas terminadas fueron las del cuartel n° 1, inau­gurado en 1907, serían éstas las primeras que ocuparían los empleados de la empresa, hasta que en los tres años siguientes se concluyó todo el poblado, trasladándose los cuadros a las definitivas.
El par de casas gemelas y adosadas (pareadas), destinadas al médico y segundo ingeniero de Solvay tomaron asiento sobre una parcela inmediata por el norte al hospital de la empresa (fig. 2). Ambas quedaban contenidas en un volumen paralepipédico cubierto a cuatro aguas por teja cerámica plana y que a simple vista parece una vivienda unifamiliar (fig. 3A). Para una mayor inde­pendencia entre los dos vecinos, y a diferencia de lo que ocurre en el resto de viviendas de empleados de Campiello, la entrada se efectúa por el costado. En la puerta, tras el vestíbulo, nace un pasillo que recorre la vivienda de un extre­mo a otro, situándose en su término la escalera. La distribución, igual en to­das las plantas, se resuelve en cuatro piezas en esquina que flanquean este co­rredor; el mismo esquema espacial que la casa de Paternottre y la vivienda mesocrática asturiana del momento. Sólo un ala terrera adosada por la facha­da posterior introduce una nota foránea en esta planta. Se trata de un apéndicede servicio, muy frecuente en la casa británica y posiblemente también centroeuropea, que aquí aparece destinado a aseo, lavadero y despensa. En suma, un área de servicio dependiente de la cocina, a la que se adosa, y comunicada, como en Europa, con la huerta trasera. Las otras cuatro estancias de la planta de acceso son un gabinete, un comedor y un despacho o sala. A un nivel supe­rior se instalan los dormitorios familiares, un cuarto de baño y un aseo; y en los desvanes, provistos de cuerpos abuhardillados de iluminación y ventila­ción, el servicio. Las casas disponen también de un semisótano de desahogo. Todas las habitaciones cuentan con chimeneas que recorren a pares los muros laterales de las dos viviendas, caldeando todas las piezas en altura por efecto del aire caliente. Un sistema de calefacción tradicional muy usual también en Gran Bretaña y en el continente extrahispánico.
Agua corriente, lavadero familiar, baño y aseos, calefacción, jardín de­lantero con palmeras reales, cerrado por una reja de diseño racionalista muy interesante por lo que tiene de abstracta en contraposición al gusto ornamen­tal y recargado de la rejería decimonónica; cochera, huerta zaguera, generosa superficie habitable, zonificación de usos e independencia entre los distintos miembros de la familia por la distribución de la misma en cuatro plantas, et­cétera. En suma, una calidad de vida doméstica equiparable a la de las clases
medias, que irá descendiendo en las viviendas de obreros, si bien en Solvay las elevadas condiciones de éstas apenas son comparables a otras habitaciones de trabajadores de Asturias, salvada la excepción de las de Bustiello y Arnao.
Frente a las buenas condiciones de habitabilidad y adelantados servicios, el exterior de esta casa de empleados, lo mismo que el de las restantes, llama la atención por su austeridad y racionalismo (ascendencia del protestantismo?);algo inusual entre el caserío de la burguesía media asturiana, y de la nacional en general, propenso al ornato y la retórica. Puede verse aquí un testimonio del pragmatismo centroeuropeo carente de prejuicios esteticistas de reclamo; una posición, en definitiva, más progresista que la de la cultura arquitectónica lati­na del momento. Cierto es que, como no debe olvidarse, se trata de construc­ciones de empresa, es decir de bienes de equipo que suponen para aquélla un gasto, si bien conducente a la mejora de la productividad. Incluso en el diseño de estos alzados, análogos a los de los cuarteles obreros, se adivina un espiritu de igualdad infundido por la empresa, que homogeneiza -relativamente, como se vió más arriba- a todos los miembros de la que se decía gran familia Solvay.
En esta edificación, el zócalo de cantería arenisca, los paramentos de la­drillo prensado rojo a cara vista, los ventanales que eluden el típico balcón burgués decimonónico, quedándose en un tres cuartos de hueco vertical; el re­mate de los mismos en arco escarzano con salmeres de cantería caliza, la mis­ma piedra con que se construyen las impostas; los postigos exteriores a la eu­ropea o la guardamalleta que pende de los aleros se reproducen en el resto de las casas de empleados y en los cuarteles obreros, dotando al conjunto de una unidad inusual en el patrimonio residencial de empresa asturiano, marcado por la diversidad tipológica y formal del caserío, producto de la diferencia cronológica de las construcciones y sobre todo de la jerarquía de los produc­tores a que se destina.
En la parcela inmediata por el norte y en meditada proximidad con el ba­rrio de los cuarteles de obreros (fig. 2), Solvay levantó un edificio integrado por un bloque de cuatro casas adosadas (fig. 3B) destinadas a empleados de inferior categoría profesional. Por ello el ancho de la planta general es infe­rior al del inmueble anterior, y el número de vecinos que comparten edificio se duplica, en perjuicio de la independencia. El volumen de este inmueble, por sus proporciones alargadas y cubierta a dos aguas de teja plana, se aseme­ja más que el anterior al de los cuarteles vecinos (fig. 3C). Cada vivienda dis­pone de una planta (fig. 4A) de 9,5 por 6 metros construidos, a la que se ado­sa por la fachada trasera del oeste el mismo ala que veíamos en el edificio an­terior, aquí con unas dimensiones de 3 por 8 m. exteriores. Comunica igual­mente la casa con la huerta trasera, contiene el cuarto de baño y en este caso la cocina, adosándose al exterior el lavadero. Las medidas reducidas de la planta obligan a una composición en dos crujías, en vez de la triple (estancias,
pasillo, estancias) que veíamos en el chalé del director y en las viviendas pa­readas de mandos. El acceso principal tiene lugar por la fachada a la vía pú­blica, a la que sigue un ancho pasillo que incluye la escalera, y bajo ella la co­municación con el ala de servicios. A una mano del corredor se disponen las dos únicas piezas contenidas en las esquinas, la más próxima al vestíbulo dedi­cada a sala o depacho y la posterior a comedor, dada su proximidad a la coci­na. Un nivel más arriba se encuentran cuatro domitorios, ampliados cuando posteriormente se dotó al ala de servicios de una planta más. Finalmente, apa­rece el piso bajocubierta, servido por ventanos practicados a la fachada, en vezde los cuerpos de buhardillas de las casas del director, subdirector y médico.Aquí hay espacio para otras tres alcobas, como el resto de las piezas de la casa caldeadas por chimeneas que recorren en pareja uno de los muros divisorios de cada vivienda. Materiales, tratamiento de fachadas, jardín, verja y huerto tra­sero en nada discrepan de los vistos para las casas del médico y subdirector.
La casa-cuartel de la Guardia Civil no debió construirse en la primera década del siglo, a un tiempo que las casas adosadas de empleados levantadas frente de ella (fig. 2). Posiblemente fue al final del segundo decenio (tras la re­apertura de la mina y la construcción en 1916 del pozo n° 1), o más problablemente en el siguiente, cuando la empresa consiguió del Ministerio de la Gobernación una dotación fija de seguridad que acabara con la dependencia del destacamento asentado en Carbayín, en el mismo concejo de Siero. Por esta razón y por la discrepancia de los perfiles de los vanos de fachada, más modernos que los del caserío de empleados, llegamos a tal conclusión sobre la cronología de este inmueble.
No obstante, tipológicamente la casa-cuartel emula las viviendas de man­dos vecinas. Se trata de un edificio de planta rectangular (20,7 m. exteriores por 10), tres alturas y cubierta a doble vertiente, en el que se contienen tres ca­sas con entrada independiente por la fachada a la calle, precedida de un jardín cerrado con verja, opuesto a una generosa huerta que hace rotonda al entron­que de la carretera Lieres-La Cruz con la avenida que penetra en el poblado de Solvay. Según los planos conservados, la distribución de cada casa repite la de los cuarteles obreros, incluso la disposición de una vivienda terrena (dos en total, pues una de ellas funcionó como cuartel), bajo otra mayor de dos plan­tas, primera y buhardilla, destinada a los mandos (otras tres viviendas), que podía subdividirse por pisos si el número de agentes lo exigía. En las vivien­das a nivel de suelo, de un solo andar, la compartimentación tripartita (cocina-comedor a la entrada y dos dormitorios traseros) del espacio (70 m2 construi­dos en las viviendas de los extremos, y 66 en la del medio) es idéntica a la de los cuarteles, lo mismo que la de los pisos altos. Incluso la fachada primitiva, según el plano disponible, repite el esquema cuartelario, si bien los vanos, o bien fueron modificados durante la ejecución de las obras, o lo hicieron a posteriori, pues sus enmarques actuales apuntan a fechas más recientes.
Solvay dio orden de comenzar las viviendas para las minas de Lieres por los cuarteles de obreros (fig. 3C). Los trabajos previos y de edificación deben remontarse a 1905, concluyéndose el grupo
n° 1 en 1907, y seguidamente los dos restantes, que precedieron a las casas de empleados y al hospital. Cada bloque, de planta alargada (fig. 2), volumen con formato en pastilla y cubier­ta a dos aguas de teja plana sobre las tres plantas habitables, estaba integrado por 18 casas adosadas. Cada una, inicialmente, contenía dos viviendas (fig. 4B), una reducida de un sólo andar, situada en la planta baja, y otra mayor dis­tribuida en dos niveles: el primero y una desahogada buhardilla provista de ventanas horadadas en la fachada. En total los tres grupos sumaban 108 vi­viendas, un buen número para una empresa que en 1905 contaba con una plantilla poco más que centenaria, si bien de crecimiento rápido, especial­mente desde que entrara en servicio el pozo n° 1 en 1916.
Las viviendas terrenas, destinadas a obreros, contaban con una superficie útil de 56,75 m2, la misma que la de cada planta de las viviendas agrupadas en cuatro para empleados ya analizadas. No obstante, la distribución interior va­riaba sustancialmente respecto a ellas, pues en los cuarteles dicha superficie
debía repartirse entre la escalera que daba acceso a la vivienda más alta, situa­da en el extremo anterior de la planta, la cocina comedor por la que se entra­ba, en ausencia de vestíbulo, y daba paso, también a falta de un pasillo que consumiera espacio innecesario, a los dos dormitorios que miraban a la facha­da posterior, uno mayor para los hijos y otro más reducido para el matrimo­nio. La superficie total disponible coincide e incluso supera la del módulo de vivienda obrera vigente para la industrialización histórica asturiana. En lo que difiere es en la distribución tripartita, en vez de en la de cuatro esquinas que nos es familiar, solución debida a la inclusión dentro de los muros de la casa de la escalera de subida a la vivienda más alta.
En los cuarteles contemporáneos a éstos de Solvay, extendidos por la Asturias central, la avaricia resume los accesos verticales a una escalera úni­ca, colectiva y exterior, que enlaza con el corredor que recorre de un extremo a otro las fachadas largas de los pisos altos. Esta galería que ignoramos si constituye una singularidad de la casa plurifamiliar obrera en Asturias, cuenta al menos con dos fuentes de procedencia. De una parte los corrales de vecin­dad urbanos anteriores a la sociedad contemporánea, y de otra los corredores de madera de la casa popular asturiana. En cualquier caso, una referencia preindustrial y popular, que integra nuestros cuarteles en el hábitat rural, aun­que industrializado, en el que tomaron asiento, y que constituye una de las principales señas de identidad de nuestra vivienda obrera. En cambio en Lieres, la ausencia de este elemento de fachada infunde a los cuarteles una ai­re foráneo, pero también una dignidad y una suave impronta urbana, de otro modo coherente con la denominación de cité ouvrière que le impuso la em­presa y con la calificiación de núcleo urbano que hoy presenta este poblado de Campiello dentro de las normas de planeamiento de Siero.
Llama la atención la ausencia de un tercer dormitorio que permitiera la separación de los hijos por sexos, y con ello la promiscuidad tan temida por el empresariado decimonónico. Acaso pueda verse aquí una mentalidad más li­beral de los Solvay, o simplemente un no reparar en este punto, lo que viene a ser lo mismo. Por lo demás, todas las piezas de la casa cuentan con una gene­rosa ventana (1,8 m. de flecha por 1,1 de luz), que asegura el principio higié­nico de las viviendas basado en la aireación y soleamiento generoso de los es­pacios habitables. La misma altura de los techos, de 3 m., se orienta en este sentido. Igualmente, la supresión de las habitaciones no estrictamente necesa­rias (vestíbulo, pasillo, comedor), coincide con el imperativo económico vi­gente para la vivienda mínima del momento.
Sobre esta habitación terrena y con acceso por una estrecha escalera de 0,9 m., precedida de un portal mínimo de 0,8 por 0,8 m., se disponía otra vi­vienda más amplia, cuya superficie, sumadas las dos plantas, alcanzaba los 113,5 m2. En el primero se reproducía la distribución tripartita de la vivienda a nivel de calle, reproduciendo las piezas el mismo programa de uso. Unica­ mente la escuadra que hacía la escalera que conducía a la buhardilla restaba espacio a la planta, al tiempo que la dividía en dos partes, una anterior con
vistas a la calle, donde estaba la cocina y la entrada a la casa, y otra posterior. Por el mismo motivo el bajocubierta (1,75 de altura mínima) presentaba la misma división, aquí aprovechada para dos amplios dormitorios, provistos cada uno de ventana de inferior altura que las de los pisos bajos. De este mo­
do, estas viviendas mayores sí contaban con tres dormitorios, pudiendo desti­nar a comedor la tercera pieza mayor vecina de la cocina.
La distribución del espacio asignada a las distintas plantas de los cuarteles, y en especial la disposición de la escalera arrimada a un muro costero de cada ca­sa, hace gala, además del racionalismo rector de todas las construcciones del pa­trimonio industrial histórico, de una flexivilidad que permitía, indistintamente,
destinar las tres plantas de una casa a una sola familia, dividir la construcción en dos viviendas, como se hizo inicialmente, o en tres, una por nivel, lo que se hará tras las reformas abordadas en los años de la autarquía, al objeto de aumentar el número de alojamientos para una plantilla que superaba el medio millar.
Como las casas de empleados, los cuarteles disfrutaron de calefacciónpor tubos cerámicos que recorrían uno de los muros de cada vivienda desde las cocinas hasta las chimeneas de los tejados. En los años veinte se sustituye­ron los primitivos fogones con campana por las cocinas económicas45. Lo que no contaron fue con aseos dentro de las viviendas, pero sí con un retrete por inquilino, situado dentro de unas casetas de ladrillo del huerto anterior, subdivididas en dos o cuatro cuartos, cada cual para una familia. Dentro de éstos,
además del espacio para la letrina, que comunicaba con una fosa séptica que depuraba los residuos antes de vertirlos en el inmediato arroyo de Campiello (medida higiénica), cada vecino disponía de un espacio de desahogo cinco ve­ces superior al del retrete, en el que almacenaba las herramientas de trabajo del huerto, la semilla, etcétera. Cada caseta, de 5 por 8 m. de perímetro, esta­ba construida, como los cuarteles, con muros de ladrillo a cara vista y cubier­ta con teja cerámica plana. Fueron levantadas en rigurosa alineación y equi­distancia ante la franja de suelo verde que precedía la calle de acceso de cada cuartel (fig. 2), a una distancia de unos 16 m. respecto a la fachada de los blo­ques de viviendas, cumpliendo con el principio higiénico vigente de alejar las letrinas de los hogares.
En un principio, la fraja verde en ligera pendiente que seguía a la calle de cada grupo de viviendas en la que se edificaron sobre una pequeña platafor­ma escalonada las casetas de letrinas, se destinó a jardines comunales, com­plementados con una hilera de árboles que se plantó en el borde de la calle de cada grupo residencial. Tampoco en este apartado de zonas verdes Solvay qui­so discriminar a mandos de obreros. Sin embargo, hacia 1930 ya se observan más de una docena de huertos familiares asentados sobre estas tiras de jardín, compartimentación y usos rústicos que con el paso del tiempo acabarían por borrar el espaiio de recreo hasta llegar a la situación actual, donde únicamen­te se observan huertos y casetas convertidas en gallineros tras el traslado de los aseos al interior de las viviendas. Desde las páginas de la revista de la
empresa se sigue en 1955 el interés de algunos vecinos por no perder los jardines en beneficio de los huertos, incluso por encima del interés material que éstos suponían para los productores frente al recreativo de aquéllos. Desde los
Proyecto de instalación de cocinas tipo económico. Lieres, 19 de septiembre de 1920, ASL.
Assinassement des cités. Fosses septiques. Lieres, 1925, ASL.
Se trata del proyecto de dotación de fosas sépticas, con las que en un principio no parecen haber contado las letrinas. “Entre todos los que vivimos en esta localidad hay dos tendencias diametralmente opuestas en cuanto a jardines se refiere: unos que opinan que deban existir cuantos más mejor y otros que estiman que el te­rreno destinado a jardín produciría mucho más dedicándolo a patatas o a tomates. Yo no estoy de acuer­
do con estos últimos y por eso salgo en defensa de nuestros jardines y quisiera que los que no opinan de
igual forma se convencieran de que también los jardines son de algún modo necesarios”. Fonseca,
Aquilino, “Más jardines, Sr. Director”, La Mina, octubre, 1955, p. 4. Sin duda el autor era un empleado
que no valora la aportación económica del huerto y sí la estética.

años veinte el recinto de la mina contó con espacios ajardinados que se incre­mentarían más tarde bajo el mandato del ingeniero Bonnardeaux, y después durante los años de la autarquía. A uno y otro enclave del conjunto de Solvay, la mina y la cité, llega la filosofía higienista (depuración del aire) y hedonista (placer visual) del jardín decimonónico, prácticamente desconocido en las empresas históricas radicadas en Asturias.

III. 2 Edificios públicos
En la cité de Campiello, pese a su planificación rigurosa, no se definió un centro cívico, integrado por espacios al aire libre y edificios de uso comunitario. Los equipamientos sociales existentes, el hospital, las escuelas y el círculo-casi­no, se distribuyeron de la siguiente manera, dispersos entre el área de mandos y
el barrio obrero de los cuarteles: el sanatorio fue el único que ocupó un edificio independiente, en tanto que los colegios y el centro social fueron habilitados en casas del cuartel n° 3, donde vivían varios empleados. Incluso se piensa que los primeros locales en los que se abrieron las escuelas y el casino fueron alquilados por los belgas, trasladándose posteriormente a la cité. Un espacio cívico propiamente dicho se configurará más tarde, en los años cincuenta y sesenta, en el vecino barrio de La Pedrera, también promocionado por Solvay.

III. 2a El hospital (1908-1910)
La imagen del hospital de Solvay en Lieres (fig. 3D) se confunde con la de un chalé burgués rodeado de jardín y cerrado con verja. El arco de medio punto que corona la puerta principal y la imposta que se quiebra en alfiz sobre él evocan el primer renacimiento, infundiendo al edificio un acento de estilo culto del que carece el sobrio racionalismo del resto del caserío de la colonia. Todo ello, y el hecho de ignorar una de las tipologías vigentes en el mo­mento para la arquitectura sanitaria, concretamente el edificio de pabellones o
alas intercomunicadas, o la misma situación como puerta de la colonia (fig.2), nos lleva a sospechar si el proyecto de este inmueble fue inicialmente pen­sado para casa del director, desestimándose finalmente ante la existencia de la anteriormente edificada en la carretera general, que si bien impedía la presen­cia y control constante de la cabeza de la empresa sobre el poblado, compen­saría tal ausencia trasladando el papel al segundo ingeniero o subdirector, do­miciliado en las viviendas gemelas de Campiello.
Contamos aquí con un edificio de magnas dimensiones, 20 por 10,5 m. de perímetro48, el mismo de la casa-cuartel de la Cuardia Civil, si bien las pro­porciones alargadas de ésta contrastan con las oblongas de aquél. La compo­sición de la planta baja se articula en torno a un pasillo central, que desde la puerta principal recorre la casa en el sentido de su ancho hasta desembocar en el jardín a través de otro vano. En la retícula de la mitad derecha (mirando a la fachada) aparecen en planta cuatro piezas idénticas, todas provistas de un ven­tanal de 1,2 m. de ancho y de calefacción servida por tubos cerámicos dis­puestos en esquina. La estancia del ángulo sudeste cuenta con una tercera puerta a la calle, lo que induce a pensar que sería la utilizada por los enfermos para acceder a esta supuesta sala de espera. Las otras tres pudieron destinarse
a consultorio y anexos (depósito de utensilios y medicinas, sala de curas), contando el médico con acceso separado a través del pasillo que sigue a la en­trada principal. En cambio la mitad izquierda es posible que se destinara a co­cina y servicios de lencería. Sin embargo en la planta primera desaparecía es­ta función de consultas externas para destinarse a internamiento de enfermos, alojados en cinco habitaciones, dos colectivas de cuatro camas, otras dos indi­viduales (para empleados) y una doble. Completaba la planta la escalera, un cuarto ropero, dos pasillos y una sala de baño. Se ignora el cometido asignado a la buhardilla, iluminada por ventanos bíforos que, como los que sirven a la escalera, completan la evocación a la arquitectura puente entre el tardo medievo y el primer renacimiento. A vueltas con el uso inicial que tuvo este edificio, no parece descabellado pensar que funcionó en un principio como residencia, habida cuenta de que
inicialmente Solvay dispuso de un mero botiquín, que podría haberse alojado en la plaza de la mina y al que servía un médico independiente a quien se abo­naban los servicios cuando eran necesarios. Sólo más tarde la empresa contra­ta la plaza de un médico, asignada a Mario Escalera, que pasó a residir en la colonia, coincidiendo con la creación de un sanatorio, lo que llevaría a adap­tar este inmueble para tales usos, motivando el plano que se conserva en la empresa, fechado en 1927.
Pese a todos los modernos servicios con que Solvay dotó al poblado de Campiello, la empresa no contó con farmacia, si bien destinó un obrero con cargo de recadero a trasladarse a diario a la Pola en busca de los medicamen­tos necesarios para el sanatorio y el personal.

III. 2b Las escuelas
Por lo menos desde 1930 las escuelas de Solvay ya estaban instaladas en el cuartel n° 3, donde ocupaban tres casas completas hacia el medio del blo­que. Parece ser que aquí fueron trasladas tras ocupar un local alquilado por los belgas. La empresa era consciente de que éste no era el lugar ideal para el co­
legio, pues a pesar de la proximidad del mismo a los hogares de los niños, ca­recía de independencia y de locales adecuados. Para entonces hacía más de medio siglo que en Asturias se consumía una arquitectura escolar ad hoc, y en poblados industriales como el de Arnao, Bustiello u otros barrios de la Hullera
Española y la de Turón, lo mismo que por parte de la Sociedad Duro se esta­ban construyendo por los años diez y veinte colegios expresamente para tal fin, con todos los adelantos propios de la arquitectura escolar. En este punto, pues, Solvay aparece rezagado, y por mucho tiempo, pues hasta 1956 no se inauguró el grupo escolar de La Pedrera, modélico entre los de su género, de­jando atrás en modernidad a los mencionados centros de empresa asturianos.
La escuela de niñas (école des filies) funcionaba en la planta baja de dos casas a las que previamente se les había desprovisto de los tabiques de compartimentación al objeto de obtener un salón generoso de casi 14 m. interiores por 9,2551. Un par de finas columnas de hormigón armado aseguraban la es­tructura tras suprimir los tabiques, manteniéndose en el medio el cuerpo de chimeneas de caldeamiento. El aula contaba en total con ocho huecos de luz abiertos en las dos fachadas largas opuestas. Inmediata por el norte y separa­da, ocupando la tercera vivienda, se situaba el comedor (a la calle) de los alumnos residentes fuera del poblado, y la sala de juegos a cubierto (salle de recréation), mirando hacia atrás. Al piso primero se subió la escuela de niños (école des gargons), sobre la de niñas, y a su izquierda el parvulario-guardería
(école gardienne), subdividida en dos salas que ocupaban una planta. En las buhardillas vivían los maestros.

III. 2c El círculo-cine 
Desde muy temprano, las patronales habían establecido la creación de centros sociales donde controlar el ocio y la ideología de sus productores. Funcionaban como un instrumento más de adiestramiento y tutela, comple­mentario de los ejercidos desde las escuelas con los hijos de los trabajadores, futuros productores. Las sociedades industriales más celosas en la vigilancia del ocio y actividades extraprofesionales de sus productores, caso en Asturias de la Hullera Española, presidida por el II marqués de Comillas, un católico
fervoroso que implantó en su empresa un férreo sindicalimo amarillo, tendie­ron una tupida red de círculos obreros o ateneos, como entonces se llamaban, encomendando su dirección a personas adiestradas de su confianza. Frente a los ateneos obreros autónomos, constituidos por los sindicatos y temidos por los patronos, los de empresa contaban con un referente más, el de emulación de los casinos burgueses y de mandos, de los que incluso tomaron su nombre y parte de sus servicios (café, sala de juegos, biblioteca).
En Solvay la directiva no contó con un casino propio como el de los ofi­ciales en la colonia de la fábrica de Trubia. El reducido número de mandos en Lieres se conformó con alguna dependencia del círculo obrero. Este se abrió en tres casas del cuartel n° 3, inmediatas a las escuelas, y adosadas a la vi­vienda del extermo norte ocupada en las tres plantas por el empleado José Manuel Urdangaray. En el nivel de accesos, la crujía del fondo de las tres ca­sas fue tomada por el teatro, luego convertido en cine, en tanto que las estan­cias a la calle se repartieron entre la anteescena y el café. Por éste se ascendía a los salones del círculo, la cocina del conserje y la oficina del comité de di­rección. Más arriba, en las buhardillas, otras cuatro salas del círculo y la vi­vienda del conserje. Los cuadros artísticos instructivos, representados las más de las veces por los vecinos de la colonia, fueron cediendo paso a las proyecciones cinemato­gráficas. El círculo y el luego conocido como Cinema Solvay fue establecido en tiempos del director Hipólito Bonnardeaux (desde 1925/1926 al frente de las minas). A él se debe la reforma de este cuartel para adaptarlo a edificio so­cial, tras su traslado desde otro local alquilado (primera época) que ocupó en tiempos de Paternottre. El aforo del teatro, luego cine, era de 175 personas, acomodadas en butacas fabricadas por la empresa. El primer proyector, muy
precario y en mal estado, fue comprado de segunda mano, ofreciendo cintas mudas y de tan mala calidad, que unido a la falta de tradición local del nuevo medio motivó un fracaso rotundo del espectáculo y un retraimiento de los es­pectadores. En 1946, tras la adquisición de una máquina de más calidad que consolidó la afición al cine del vecindario, Bonnardeaux ordenó en 1946 la compra de un magnífico proyector PHILIPS53. La tercera etapa del centro social discurre en el nuevo barrio de La Pedrera, comenzado precisamente en 1953 con la construcción del nuevo ci­ne, inaugurado un año después.

III. 2d La capilla de Nuedstra Señora de la Salud (1942-1943)
“Hallándose en Sevilla el hijo de Lieres, D. José María Piedra, por fa­vores obtenidos de la Santísima Virgen de la Salud, que se venera por tierras andaluzas, por exvoto mandó hacer una imagen similar a aqué­lla y construir en Lieres una ermita, que fue inaugurada en el verano de 1850. Inspiró tal devoción a los fieles que muy pronto era santua­rio concurrido y famoso”.
En 1936 fue destruido el templo por el fuego, desapareciendo la imagen seis años más tarde. Desde 1940 Solvay, por iniciativa del entonces director de las minas de Lieres, Hipólito Bonnardeaux, en un gesto de filantropía y de­voción, de otro modo muy acorde con el joven régimen franquista, tramitó su reconstrucción, si bien trasladando el lugar original, la vega de Campiello, ba­jo la carretera Lieres-La Cruz, al barrio de los cuarteles de la empresa (fig. 2). A tal efecto, una módica cantidad de cada tonelada de carbón vendida por las minas se destinaría al pago de la nueva ermita. El propio Bonnardeaux debió ocuparse del diseño, pues en el archivo de Solvay aparecen varios bocetos a lápiz sin firmar desde el año 1940 a 1943. Entre ellos figuran estudios de si­tuación, huecos para las vidrieras, detalles de las bóvedas de casetones en hor­migón, e incluso una portada gótica réplica de la de la iglesia de Saint Adrien, posiblemente en Bélgica. Algunos de estos trabajos previos, incluido un ante proyecto de capilla de 1941, fueron enviados a la central de Bruselas para re­cibir el visto bueno.
Finalmente, sería un diseño de Federico Somolinos el que llegara e eje­cutarse, conservándose también en el archivo varias copias de proyectos del mismo arquitecto levantados para la parroquial de Pola de Lena, parroquial de Lieres (1939), y rectoral e iglesia de Villalegre en Avilés (1935).
El templo definitivo, provisto de una nave de cabeza curva y giróla, un pórtico románico al sur y una portada de igual estilo, además de una torre so­bre el imafronte, recoge el gusto de la empresa por insertar la obra en el historicismo medieval, considerado a mediados del siglo XIX como el orden ar­quitectónico natural para la edilicia religiosa. Sólo que para estas fechas avan­zadas de la nueva centuria la tendencia formal había caído en desuso, reto­mándose aquí no por referencia del gusto del Ochocientos, sino por las etapas que respectivamente precede y sucede en España a la guerra civil, en las que dentro del sistema nacional-regionalista que vivió nuetra arquitectura, se asis­te a una recuperación de los estilos pasados con raigambre entre nosotros, in­cluido el prerrománico y el románico, éstos especialmente para templos.
La celebración de la efemérides de la Salud, por tradición fijada el primer domingo de agosto, quedó desde la construcción de la nueva ermita asociada a la empresa Solvay, quién vivía la fiesta mariana como si se tratara de la de la colonia. Ante el templo, que ignoramos si recibía celebraciones aparte de este día y el de Santa Bárbara, patrona de los mineros, en los que se decía misa, contaba a sus pies y márgenes con un amplio espacio para la celebración de los festejos profanos. Posiblemente haya jugado un papel equivalente a las ca­pillas de los poblados de empresa dispersos por la Asturias central (Trubia, Fábrica de Mieres, los varios de la muy católica Hullera Española), si bien aquí el servicio y su fábrica se retrasaron considerablemente en relación a los primeros, en un posible indicio del laicismo mayor de la sociedad belga.

III. 3 Materiales, autores de proyectos, constructores, estilos
Sin duda, al igual que se comprueba en el patrimonio industrial histórico as­turiano, la responsabilidad del trazado de los edificios de trabajo y equipamien­tos sociales de las empresas recaía sobre el ingeniero director de las mismas. Desde mediados del siglo pasado las competencias profesionales de estos técni­cos superiores crecieron sensiblemente, rebasando la construcción industrial pa­ra actuar en la arquitectura civil pública y privada. De ahí las movilizaciones de los arquitectos, y la respuesta, en un prolongado juego de dobles, de los ingenie­ros. No obstante, la proyectación de los ingeniero dentro del ámbito de la indus­
tria no precipitó ninguna polémica, por considerarse precisamente este campo, junto con el de las obras públicas, el competente de sus actuaciones.
A Paternottre atribuimos, según esta tesis, las formas de los distintos edi­ficios que integran la cité de Campiello, excepción hecha de la capilla, corte­jada como se vio por su sucesor, el ingeniero Bonnardeaux, pero finalmente trazada por un arquitecto. No en vano esta pieza inauguraría en la empresa la contratación de servicios de arquitecto, que se impondría de forma irreversi­ble, como un testimonio de la creciente especialización de los dos cuerpos profesionales, el de ingenieros y el de arquitectos, desplegada a lo largo del primer tercio de siglo y consumada en el siguiente. La participación de Paternottre en el diseño de la colonia enriquece sus resultados formales, pues se convierte en un agente de trasplante de formas y tipologías europeas, más concretamente belgas, a este apartado rincón del norte de España. Este fenómeno de extranjerización del parque de edificios de Lieres se fortaleció al traer la empresa de Bélgica a equipos de tejeros y albañiles, que lo mismo aquí que en el conjunto fabril Solvay de Torrelavega, abordaron des­
de 1905 la construcción del patrimonio social e industrial. En el anterior artí­culo, parte primera de este estudio sobre Solvay Lieres, se aborda con detalle la fabricación singular, por procedimiento desconocido en España, de los la­drillos macizos y las tejas planas con que se construyó el poblado y las naves
de la plaza de la mina. También allí se da cuenta del proceso, del índice de productividad de estos obreros belgas que llegan con sus familias, se alojan enbarracones provisionales de madera en la Riega les Cabres y abandonan el lu­gar una vez finalizadas las obras. Se analiza críticamente esta circuntancia comparándola con la industria cerámica moderna y tradicional de Asturias, y se propone el ladrillo rojo a cara vista como el material distintivo de nuestra industrialización histórica, pues hasta producirse la misma, la región descono­cía prácticamente el uso de dicho material, a diferencia de lo que ocurrió en la España no atlántica con el mudéjar y luego neomudéjar.
Si bien en los edificios de la mina los testimonios orales asignan la ejecu­ción de las obras a albañiles locales, en la cité de Campiello se habla de alba­ñiles “casi todos” belgas, que pudieron ser los mismos tejeros que fabricaron ladrillos y tejas u otras cuadrillas, lo mismo que ocurrió en la fábrica Solvay de Barreda en Torrelavega. También noticias escritas informan de la presencia de un contratista de lucido francés, “que trajo consigo a obreros catalanes y luego fue tomando algunos de por aquí; la portería vino de Lantero en Gijón y la pintura fue contratatada a una prestigiosa casa de Oviedo”.
Tratado ya el aspecto tipológico de las construcciones, el análisis de esti­lo se resuelve en similares términos al del las naves de la plaza de la mina. El más puro racionalismo latericio domina las construcciones, excepción hecha del hospital, tocado de notas historicistas, al igual que la más moderna ermita.
Una vez más vemos cómo los edificios públicos reciben un tratamiento exte­rior especial, conducente a la incorporación de los estilos cultos, que según nuestra interpretación contaminan la pureza y funcionalidad de las formas de la arquitectura industrial, disolviendo su identidad física, progresista por superadora de los complejos estéticos de contenido simbólico propios del resto de la arquitectura coetánea. El caserío de Campiello, por el contrario, ignora toda concesión ornamental y lingüística que no sea la puntilla de guardama­lleta de madera que pende de los aleros, recurso barato que evoca la arquitec­tura alpina, y que se incorporó con fuerza en las construcciones del patrimo­nio ferrioviario europeo (estaciones, garitas de retretes, almacenes) con un sentido práctico: desviar, a falta de canalones, la caída de las aguas pluviales
hacia la fachada.
En la colonia Solvay se pone de evidencia el principio racionalista de la sinceridad de los materiales, incluso el de la policromía, en vez de falseada in­ducida por el concurso de distintos materiales, cada uno adecuado a su lugar y función: zócalo pétreo visto para mayor solidez y aislamiento del cuerpo del edificio, muros de ladrillo macizo a cara vista para las fachadas, taraceado de caliza (resistencia) en alféizares, claves y salmeres de los vanos, madera pin­tada al aceite en carpintería, postigos y guardamalleta.
La primera era de la vivienda social a gran escala en nuestro país coinci­de con los veinte primeros años de la dictadura de Franco. Ocurrió a partir de la promoción pública directa, a través de organismos como Regiones Devastadas, Obra Sindical del Hogar, Instituto Nacional de la Vivienda; o de la indirecta, por mediación de leyes que inducían a constructores a la edifica­ción de viviendas mínimas con grandes facilidades en forma de subvenciones a fondo perdido y créditos blandos.
Los núcleos industriales del centro de Asturias paliaron así en parte el histórico déficit de viviendas obreras, y con ello la subdivisión, los realquila­dos, el hacinamiento, las casas-cuadra y las chabolas en las que habitó hasta entonces nuestra clase trabajadora. Oviedo, Gijón, Avilés, Mieres, el valle del Nalón, Nava, Candás, Cudillero, Infiesto, Tapia y hasta Boal conocieron promociones residenciales acogidas a una u otra fórmula. Y, también en los concejos de Noreña y Siero, sus dos capitales, además de El Berrón y Carbayín. No extrañe por ello que Lieres se sintiera marginada, clamándose desde las páginas de la revista de Solvay, La Mina, por viviendas de promo­ción pública.
Tal petición resultaba inédita en una empresa cuya patronal se había ocu­pado hasta entonces de la dotación de habitaciones, si bien en una única pro­moción, entre 1905 y 1910, paralizando a continuación esta política. Pero el incremento de la plantilla hasta casi 600 trabajadores en los años de la autarquía, cuando el carbón español pasa por una edad dorada y Solvay perfora en Lieres el pozo n° 2, acelera la necesidad de viviendas que ya debió empezar a sentirse desde los años veinte, otro momento espléndido para la hulla, y expansionista para la firma belga que recién había inaugurado el pozo n° 1.
Como decía Bolle, tras adelantarse casi medio siglo a la legislación pública, las medidas sociales de la empresa Solvay desaparecieron cuando nació la ac­ción del Estado, aquí coincidente con el gobierno populista del general Franco.
Sin embargo, la inhibición de la empresa belga tras la guerra civil espa­ñola no fue absoluta. Actúo, una vez más con sentido práctico, e invirtió, en vez de en grupos de nueva planta, en reformar los tres bloques de cuarteles existentes, para, de una parte, modernizarlos (inclusión del aseo en las vivien­das), y de otra, subdividirlos en un número mayor de viviendas. A lo largo de los años cuarenta y cincuenta, Solvay multiplicó las 108 viviendas iniciales distribuidas en los tres cuarteles en 144. En los grupos 1 y 2, dispuestos en la terraza más alta, se habilitaron, respectivamente, 54 viviendas de tipo reduci­do. Desaparecía la primitiva distribución de dos familias por casa, una ocu­pando la planta, y otra el primero y la buhardilla. Ahora cada nivel correspon­día a una vivienda calificada de tipo reducido, de 56,7 m2, en la que se conte­
nían cinco piezas con gran estrechez (pasillo de entrada, con el que se perdía espacio, cocina-comedor angosta, dos dormitorios y un aseo), además de re­ducir su superficie el portalillo y la escalera que daba servicio a las viviendas más altas.
En cambio el cuartel 3, siempre asociado a funciones superiores (casas de empleados, escuelas, círculo), pasó a acoger las viviendas de tamaño mayor, 36 en total. Aquí no se ganaron más alojamientos, pero se modificaron los existentes para hacerlos de un solo andar (una vivienda por planta). La super­ficie crece hasta los 75 m2, no todos útiles, debido a la presencia del portal y la escalera, ahora encastrada en el centro anterior de cada vivienda, en vez de en un extremo como ocurría en los otros bloques. A la primitiva superficie de ca­da casa se suma a las nuevas viviendas la mitad de la de su inmediata, de for­ma que de tres hogares se obtenían dos mayores. Por ello, además del pasillo, la cocina-comedor, el aseo y las dos alcobas de las viviendas reducidas, se dis­ponía en éstas de dos dormitorios más.
Con toda esta redistribución se amplía el número de familias alojadas, pe­ro las viviendas pierden el encanto, el sabor extranjero y la diversidad con que contaban antes de la reforma. Ahora podría decirse que los cuarteles de Solvay se despersonalizan para asemejarse a las viviendas de promoción pú­blica del régimen, con su aseo, pasillo y piezas raquíticas, además de con su distribución en un solo andar.
En paralelo, desde finales de los cincuenta, Solvay aborda en La Pedrera la construcción de nuevas casas para empleados, a los que quedarían cortas las viviendas de tipo amplio, pese a adjudicárselas lo mismo que a obreros de fa­milia numerosa. Este segmento cualificado de la plantilla crecería desde la guerra civil en proporción a la cifra medio milenaria del personal, siendo am­bas razones las que motivarían la iniciativa de Solvay. Desde su conclusión en 1962, el barrio de La Pedrera pasaría a denominarse de los empleados y el de Campiello de obreros.
También desde las páginas de la revista de la empresa Solvay se interve­nía indirectamente en pro de las viviendas sociales con dos tipos de estrate­gias. Una era la constante reivindicación de alojamientos de promoción públi­ca, con los que la firma se ofrecía a colaborar negociando con los dueños y fi­nanciando en parte los solares, operación que nunca llegaría a consumarse.
Otra era la publicación de proyectos y presupuestos de viviendas económi­cas que la empresa instaba a ejecutar a los mismos productores, a costa de sus ahorros, subvenciones públicas y de contribuir con su propia mano de obra. Varios proyectos distintos de estas característica salen a la luz en La Mina, sirviendo de testimonio de la tercera vía con la que el gobierno de Franco abocó el problema de la vivienda mínima: la iniciativa del mismo pro­pietario.

V. LA PEDRERA: UN CENTRO CÍVICO Y UN NUEVO BARRIO DE EMPLEADOS (1953-1962)61
A primeros de los años cincuenta, con el optimismo de los beneficios in­dustriales obtenidos por Solvay internacional durante la posguerra europea y la buena marcha de la mina de Lieres, la empresa compra, nuevamente a los marqueses de Santa Cruz de Marcenado, una parcela tangente por el nordeste con la de Campiello, de nombre La Pedrera. De tamaño inferior a la de la Riega les Cabres, dibujaba una figura trapecial de lados curvos, uno de ellos limítrofe con la carretera Lieres-La Cruz. La finca, hasta entonces rústica, es­taba llamada a ampliar el núcleo urbano de Solvay nacido en Campiello, des­tinándola desde un principio a centro cívico, algo que nunca tuvo la cité vieja, y a barrio residencial de empleados.
Parece ser que todos los edificios fueron encargados al estudio de los Somolinos, vinculados a la empresa desde que el mayor de los dos arquitec­tos trazara los planos de la capilla. Sin embargo se ignora si el plano urbano corrió también por cuenta de aquéllos o por la de la oficina técnica de la Solvay, entonces dirigida, como la mina, por el primer ingeniero español que tuvo la misma, Joaquín Vega de Seoane, máximo impulsor del nuevo barrio, pese a abandonar la empresa en 1956, cuando estaban las obras comenzadas.
El primer edificio en erigirse fue el casino-cine (1953 c.o.-1954 f.o.), un magnífico inmueble (fig. 5A) que sustituía a los locales acondicionados para tal fin hasta entonces en el grupo 3 de cuarteles. Situado casi en el centro de la parcela, haciendo esquina a la avenida principal y a la calle más larga que la cortaba en T, el proyecto de los Somolinos, llamado a ser el buque insignia del nuevo barrio, se resolvió sobre una planta muy articulada, ajena al paralelogramo de las naves de la mina y los edificios residenciales de la cité de
Campiello. El ala norte más larga contenía la sala de espectáculos con un es­pacio a doble altura, provisto únicamente de las puertas de acceso practicadas en la fachada oeste a la avenida. A los pies, en cambio, se jugaba con dos pi­sos, destinados a casino, donde se hallaba el salón principal y la cámara de proyecciones, entre otras dependencias. Al exterior el edificio se muestra co­mo un popurrí de soluciones arquitectónicas regionales, de una parte autócto­nas (simplista evocación de la panera en el pórtico en esquina del casino, con su pegollo, sobre él un corredor y la cubierta a cuatro faldones), y de otra ex­tranjeras (tejado de pizarra del cine, esquinas retraídas hacia el interior en la base, zócalo pétreo de evocación organicista. Se trata, en suma, de un resulta­do poco afortunado, aunque con ciertas inquietudes vanguardistas, por inserto dentro de los parámetros del organicismo, aquí tratado con trivialidad; ade­más de inclinado hacia las formas del moderno chalé alpino que se entusias­maron los Somolinos en aquellos años (varias viviendas unifamiliares para in­dianos en Pola de Allande). Anexo al casino se levantó una magnífica bolera de traslúcida cubierta (fig. 5B).
Dos años después fue inaugurado el colegio (fig. 5C), también sobre for­mas modernas que informan de la apertura del régimen a la arquitectura de vanguardia internacional, tras años de enclaustramiento en los estilos glorio­sos del pasado edilicio español. Si bien no se trata, como el casino, de una obra de interés formal, sí lo fue desde el punto de vista social, pues contabapor fin con cuatro amplias y bien iluminadas aulas, además de otra para guar­dería y viviendas para los maestros. Como en el cine, los Somolinos trataron
las fachadas con la combinación de los paramentos pétreos de apariencia rús­tica, tan queridos del organicismo en boga, con los revocos ásperos pintados de blanco. Los ventanales, en cambio, se prodigan, adoptando la forma de hueco oblongo de gran formato, aportado por el funcionalismo de entregue-
rras y difundido por el Estilo Internacional. La dotación del moderno colegio se completaba con un gran parque infantil situado a sus pies y un campo de deportes que formaban una manzana.
En 1960 se inauguró la Academia Solvay, destinada a preparar, por cuen­ta de la empresa, a los alumnos más despejados en los estudios de comercio y bachiller elemental. Ocupó el mismo borde norte de la parcela de La Pedrera en que se dispuso el colegio, si bien separaba ambos edificios el nuevo economato (1962 f.o.), que sustituía al existente en la plaza de la mina. Al nuevo abasto se le dio forma de autoservicio, lo que suponía todo un adelanto en la Asturias rural en la que se insertaba Lieres. Finalmente, en 1961 pasaron a ser ocupados por los empleados agraciados los 10 chalecitos pareados (20 vi­viendas) (fig. 5D) de La Pedrera. Se distribuyeron en tres manzanas (una de ellas soldada al cine) del cuadrante sudeste del nuevo barrio, destinado a área residencial. No cuentan con mayor fortuna estética que el casino o el colegio,
con el que se hermanan en los paramentos de enfoscado blanco y fragmentos de lienzos de piedra rústica, además de en los cierres de sus jardines, análogos a los de las escuelas, y el pórtico y la terracita en esquina que recuerda la pa­nera.
Todo el parque residencial de Solvay en los dos poblados de Lieres fue vendido a los productores antes de abandonar la empresa Asturias en 1987.
ABREVIATURAS
ASL: Archivo Solvay Lieres
P.: proyecto
C.o.: comienzo de obras
F.o.: fin de obras

1 comentario:

  1. Toda la informacion, que ho necesito. Muchas Gracias !
    Andreas - Berlin / Alemana

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